💠 Capítulo 3 💠

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El sol del mediodía brillaba sobre Marbella, proyectando reflejos dorados sobre el mar que podía ver desde la ventana de mi habitación. No era un día cualquiera; mis padres, en uno de sus raros momentos de tranquilidad, habían organizado un almuerzo en "Lobito de Mar", el restaurante de Dani García que tanto les encantaba. A pesar de lo común que podía ser para otros comer con la familia, para mí se sentía como un evento extraordinario.

Elegí un conjunto sencillo pero elegante: un vestido blanco de lino, con un cinturón que acentuaba mi cintura, y unas sandalias doradas que combinaban con los detalles del vestido. Mi cabello castaño caía en ondas suaves sobre mis hombros, y un toque de maquillaje natural realzaba mis ojos oscuros. A pesar de la ocasión, algo en mí se sentía distante, casi ajeno al evento. Quizás era la preocupación por Paola, o tal vez el aburrimiento que comenzaba a sentir por todo lo que me rodeaba.

Al llegar al restaurante, me sorprendió lo lleno que estaba. "Lobito de Mar" era uno de esos lugares en los que cada detalle parecía estar diseñado para impresionar. Las paredes estaban adornadas con tonos de azul marino y blanco, evocando el mar que estaba a solo unos pasos. La decoración, una mezcla de elegancia y frescura, con redes de pesca y pequeñas esculturas de peces, daba la sensación de estar dentro de un barco de lujo. Las mesas, cubiertas con manteles blancos impecables, estaban dispuestas de manera que cada comensal tuviera una vista privilegiada del entorno. El ambiente era relajado, pero al mismo tiempo, se respiraba un aire de sofisticación.

Mi padre, Fernando, era un hombre corpulento, de cabello gris cuidadosamente peinado y una expresión siempre serena. Llevaba un traje azul marino, perfectamente cortado a medida, que realzaba su presencia imponente. Era un hombre de negocios de los pies a la cabeza, con una mente afilada y una pasión por los detalles. Siempre estaba trabajando, siempre estaba viajando, y su vida parecía estar llena de reuniones interminables y llamadas telefónicas. A pesar de su ocupada agenda, se notaba que hoy intentaba desconectar, aunque su móvil no dejaba de vibrar en el bolsillo de su chaqueta.

Mi madre, Victoria, era el polo opuesto en apariencia, pero igual de ocupada. Con su cabello rubio siempre perfecto, ojos claros y una figura esbelta, Victoria era el tipo de mujer que llamaba la atención al entrar en una habitación. Su elegancia natural se complementaba con un vestido de seda color coral y un colgante de oro que resaltaba su impecable gusto. Era arquitecta, con un enfoque en diseño de interiores, y su carrera la mantenía igual de ocupada que a mi padre. A menudo pasaba semanas enteras fuera, supervisando proyectos en alguna parte del mundo. Aunque nuestros momentos juntas eran escasos, siempre había algo reconfortante en su sonrisa cálida y su manera de escuchar cuando estaba presente.

Mi hermano, Carlos, de 19 años, era el más relajado de la familia. Alto, con el cabello castaño despeinado y una actitud despreocupada que contrastaba con la formalidad de mis padres, Carlos siempre había sido el rebelde, el que cuestionaba todo y buscaba su propio camino. Estaba en la universidad, estudiando arquitectura como mi madre, aunque tenía una clara inclinación hacia el arte urbano y el diseño contemporáneo. Su ropa reflejaba su estilo: una camiseta negra, jeans ajustados y zapatillas deportivas. A pesar de nuestras diferencias, Carlos y yo siempre hemos tenido una relación cercana. Él es quien más me entiende en casa, probablemente porque compartimos la misma necesidad de escapar de la rutina familiar.

Nos sentamos en una mesa cerca de la ventana, donde la vista del mar era espectacular. Mientras hojeaba el menú, mi teléfono vibró en el bolso. Lo saqué rápidamente y vi que era un mensaje de Alex.

Alex: Oye, Barbie, ¿estás libre esta noche? Podríamos quedar en mi casa.

No pude evitar una sonrisa. Alex tenía esa habilidad de hacerme sentir deseada con solo unas pocas palabras, pero últimamente, algo en nuestra relación me estaba empezando a cansar. Era todo físico, todo pasión sin profundidad. Lo disfrutaba, claro, pero empezaba a preguntarme si eso era todo lo que quería. Necesitaba algo más, algo que me hiciera sentir viva de verdad.

No podrás olvidarme Donde viven las historias. Descúbrelo ahora