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Michael, Jos, Corinna y Mika salieron del juicio y, por primera vez en días, pudieron respirar aliviados. Tenían las custodias de sus chicos y por fin podrían verlos.
Michael caminaba lentamente detrás de Jos, Corinna y Mika, sus pasos cada vez más lentos, hasta que sus parejas se adelantaron lo suficiente como para notar su ausencia. Sabía que no podía dejar pasar esta oportunidad. Una vez que estuvieron a una distancia segura, se detuvo, giró sobre sus talones y regresó en silencio hacia la sala de espera del tribunal.
Algo que Michael jamás se permitió fue no terminar sus peleas. Así que fue y se paró enfrente de Sophie.
—Schumacher... —comenzó Sophie, su mirada cargada de odio fulminando al alemán
—No. —interrumpió Michael en tono firme— Lo que hiciste... ¿Cómo te atreviste a involucrar a los niños en esto?
Sophie mantuvo la mirada fija en Michael. Ella sabía que había cruzado una línea de la que no había vuelta atrás.
—Me estabas quitando todo, Schumacher.
—Si tienes algo contra mí, está bien, no me interesa. Pero nunca debiste hacerles daño a ellos. Son tus hijos, no armas para vengarte de mí.
Sophie levantó la barbilla con orgullo, pero Michael pudo ver un destello de duda en sus ojos, como si por un instante hubiera considerado el daño que sus acciones habían causado. Pero esa duda se desvaneció rápidamente, reemplazada por una frialdad que podía calar en los huesos.
—Crees que los ganaste a ellos, ¿verdad? —ella sonríe con amargura, su tono cargado de desprecio
—Tus hijos no son una posesión, Sophie. —respondió Michael, su tono bajo y peligroso— Son personas, y merecen estar lejos de alguien que los ve como una herramienta para su propio beneficio.
Sophie soltó una carcajada amarga, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
—¿De verdad, Michael? ¿Y quién eres tú para decidir lo que es mejor para ellos? —respondió, su voz goteando sarcasmo— Eres igual de manipulador que yo, solo que disfrazas tu control con esa fachada de padre perfecto. Ni siquiera eres su padre.
Michael apretó los puños, sabía que Sophie estaba tratando de provocarlo, de hacer que perdiera la calma.
—No estoy aquí para arrebatarte nada, Sophie. —dijo en un tono definitivo— Solo me aseguro de que Max y Victoria tengan la vida que merecen. Y si eso significa que tú no estarás en ella, entonces así será.
— No eres más que un hombre desesperado, aferrándote a una familia que no es tuya. Jos era mi esposo y Max y Victoria son mis hijos, no tuyos.
Michael la escuchó sin tomar sus palabras en serio, manteniendo su mirada fija en la mujer belga. No necesitaba recordarle a ella, ni a nadie, el sacrificio y el amor que había invertido en esos niños.
—A partir de hoy, tienes prohibido acercarte a ellos. Sin visitas, regalos, llamadas. No habrá nada. Cuando sean mayores y deciden que quieren verte, bien, pero no tendrás derecho a estar en sus vidas mientras tenga la custodia. No los lastimarás más. —sentencia el alemán
—¿Crees que tienes derecho a dictar mi relación con mis hijos? ¿Crees que ganaste?
—¿Ganar? No. Logré que no tuvieras derecho a intervenir en sus vidas, pero no he ganado nada. —exclama Michael— Porque ahora tengo que volver a casa y abrazar a mis hijos para recordarles que todo estará bien. Recordarle a Victoria que significa el mundo para mí. Reconstruir la personalidad de Max paso a paso, recordarle lo caótico que es y lo mucho que lo amamos por eso. Lo que me costó años, llegaste y lo destruiste en horas por un juego de poder. Yo no he ganado nada de todo esto.