Capitulo 6. La casa de acampar

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LA CASA DE ACAMPAR

—Sergio Pérez —volvió a repetir la Sra. Dopkins.

¿Estaba escuchando mal?

Sí, probableme...

—Checo, ese eres tú, pasa al frente —. Charles me dio un pequeño apretón en mi pierna, sacándome de mis pensamientos—. Anda, no muerde. Eso creo, igual si te muerde tú dale en las bolas.

Todo va a estar bien.

«Claro que no, ese chico es un grosero que ni siquiera te agradeció cuando casi lo salvas de morir a golpes».

Todo va a estar bien.

«Sí, claro, te recuerdo que casi te arranca el brazo cuando te descubrió en el baño».

¡Cállate!

Esto iba a ser un maldito desastre.

Uno grande.

Pero debía afrontarlo, no podía salir nada malo de esto, en teoría. Podíamos hablar como seres civilizados y tal vez, tal vez, muy tal vez, arreglar las cosas. Porque por alguna razón parecía que verme le causaba bilis por como su humor se volvía una cosa fea.

Me despedí de Charles y Carlos con un movimiento de mano y me dirigí a las escaleras de la tarima en donde Max esperaba. Mientras avanzaba me preparaba mentalmente para los próximos segundos. ¿Lo debería saludar con un hola o con un movimiento de mano? ¿O de cabeza mejor?

Creo que la primera opción parecía la mejor, sin malinterpretación, cuatro letras, una palabra, sí, era un buen comienzo.

Dejé de mirar el piso con duda cuando llegué a su lado y carraspeé, viéndolo con una sonrisa ladina.

—Hol...

Agt. Era de esperarse.

Apreté los labios de mala gana cuando ni siquiera puede terminar mis palabras antes de que me dedicara una pequeña mirada nada amable y comenzara a caminar rápidamente hacia fuera del gimnasio.

Me contuve de las ganas de tomar su mochila y tirarla hacia atrás. No era el momento, no era el lugar. En su lugar suspiré y lo seguí, dándole un último vistazo a Charles y Carlos que me dedicaron una pequeña sonrisa, más un levantamiento enérgico de dedos pulgares por parte de Charles.

Lo seguí a unos pasos de distancia, no es que no quisiera alcanzarlo, es que al ser más alto que yo uno de sus pasos eran tres míos. Apenas llegamos al estacionamiento de la escuela, nos detuvimos. En él había varios autobuses estacionados. El cielo estaba cubierto por grandes nubes grises, opacando el sol y casi todo el azul de él. Pequeños vientos hacían que el lugar se sintiera frío. La mirada de Max pasó por cada uno de ellos, y de manera inconsciente hice lo mismo. Parecíamos cachorritos buscando a nuestros dueños, porque lo único seguro es que ninguno sabía cuál era en el que nos iríamos.

Lo miré de reojo y me pasé las manos por mis brazos cubiertos por la tela acolchonada de mi jersey.

—¿Por qué no le preguntamos a ese señor si ese es nuestro autobús? —sugerí, señalando a un señor de unos treinta años, que estaba parado frente a la puerta de uno de ellos.

Su mirada volteó hacia donde yo apuntaba. Caminó hacia él y yo rápidamente lo seguí. Apenas llegamos a él; Max habló:

—¿Este autobús para qué grado es?

—Tercer año —se limitó a contestar.

—Ambos somos de tercer año —aclaró, apuntándonos con un dedo y moviéndolo de un lado a otro entre ambos.

Cicatrices || ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora