Capítulo 10: Nuevas influencias

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La noche caía en Valencia. Zein descansaba en un banco de piedra, en un parque de hojas muertas, troncos mustios y edificios envolventes de ladrillo y ventanas oscuras. Un par de grillos confusos le amenizaron el momento.

ZEIN: Hay tantas preguntas que quiero hacerme y tan pocas que quiero saber...

Zein se levantó del banco. En una de las esquinas de las manzanas más cercanas, vio un brillo rosa. Pertenecía a una máquina expendedora situada en un soportal. Sin pensarlo, se acercó a ella, con paso rápido.

ZEIN: No tendrá que ser tan difícil.

Zein se fijó en el tipo de método de pago de la máquina. No había ranura para monedas ni billetes. Tampoco, un detector de tarjetas de pago. En su lugar, se encontraba una pantalla negra con texto en ámbar.

"Pague con el DieC"

Zein arrugó la cara. Elevó las cajas con sorpresa y se dispuso a ver qué productos había en la máquina expendedora.

ZEIN: A ver...

Zein dio dos golpecitos con el puño en el cristal de la máquina. Una chocolatina de envoltorio pistacho se movía.

ZEIN: Bien, bien.

Zein golpeó de nuevo el cristal, con la contundencia justa como para que la chocolatina cayera y los ruidos no fueran alarmantes, aunque nadie teóricamente alrededor hubiera. De agachó, empujó la tabla del dispensador y cogió el dulce.

ZEIN: Perfecto.

Zein se reincorporó y guardó la chocolatina en el bolsillo del pantalón.

ZEIN: A ver qué hay de beber...

Las latas de refrescos iban con el color estereotípico acorde a su principal sabor. La de manzana, de verde. La de limón, de amarillo. La de chocolate, de marrón. La de mora, de lavanda.

Antes de dar los golpes al cristal y obtener la lata, Zein dio paso a los recuerdos.

Sexto de primaria comenzó. Zein, cómo no, fue el primero en llegar al aula y en situarse en la penúltima fila. Para matar el tiempo, sacó de la mochila una libreta y el estuche. Escogió una página al azar y dirigió el lápiz hacia ella.

En el aula, entró un chico de chándal negro, degradado con cabello puntiagudo y ojos marrones verdosos. Su piel era calcada a la de Zein.

ZEIN: ¿Quién eres?

IBRA: Ibra.

Ibra dejó la mochila en las mesas de la última fila.

ZEIN: Yo soy Zein.

Ibra marchó del aula. Zein elevó los hombros.

Al cabo de un minuto, aparecieron por la puerta Lyra, Cal y Angelo. Avanzaron y se sentaron en la penúltima fila.

LYRA: ¿De quién es esa mochila de atrás?

ZEIN: Uno nuevo.

CAL: Nuevos...

ZEIN: (a Angelo) ¿Qué tal en Mallorca?

ANGELO: ¡Muy bien! Conocí a dos chicas de Alemania, que veraneaban cerca de mi pueblo. Muy majas. Pero no las entendía nada.

LYRA: ¿Ni en inglés?

ANGELO: Leerlo, bien. Cantarlo, también. Pero hablarlo en persona es too much.

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