Capítulo 18: Aquel negro día de noviembre

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Zein llegó a casa a la hora de la cena. Hanina sirvió en la mesa tres platos de arroz con sésamo y huevo y se sentó.

ZEIN: Cocinaré yo a partir de ahora.

HANINA: ¿No te gusta?

Los tres se dispusieron a comer.

ZEIN: No lo digo por eso. Es para no ser una carga.

HANINA: No empieces con eso.

Mientras se llevaba el arroz a la boca, Zein miraba a través de la ventana.

ZEIN: ¿Pero sabéis en qué lugar exacto vive Louna?

MAHDI: Sí. Y no quiere ni vernos.

ZEIN: Quiero probar suerte.

HANINA: No vas a saber ubicarte.

ZEIN: ¿No guardáis ningún móvil?

MAHDI: El mío antiguo está en un cajón. Pero ya no tiene datos ni WiFi

ZEIN: ¿Y por qué lo guardas?

MAHDI: Archivos del móvil que no he sabido pasar al DieC.

Zein se terminó el plato.

HANINA: Vive en la calle Carles Cervera, B2, timbre 1.1.

ZEIN: Ah... Sí. Me suena esa calle. Bueno, ya me apañaré.

Zein se levantó, llevó el plato y los cubiertos a la cocina, los fregó y enjuagó con rapidez y regresó al comedor.

ZEIN: Voy a dormir.

MAHDI: Hasta mañana, hijo. Descansa.

Zein se acercó a Mahdi y Hanina y les dio un beso en las mejillas. Se encaró hacia el dormitorio, cerró la puerta y, con la luz apagada, se tumbó encima de las sábanas.

A la mañana siguiente, despertó alrededor de las 9:00. Oía ajetreo en el comedor, así que, curioseado a la par que somnoliento, se levantó de la cama y abrió la puerta.

ZEIN: Buenos días.

Hanina dispuso cinco camisas y pantalones sobre el tope del sofá y un par de zapatos negros debajo. En la mesa, Mahdi desayunaba un vaso de horchata con magdalenas.

HANINA: Hola, hijo.

ZEIN: ¿Y esta ropa?

HANINA: Para ti. Era de tu padre, de hace años. Ahora sacaré la ropa interior.

ZEIN: Ah... Gracias.

Zein escogió una camisa amarilla de manga larga y un pantalón blanco de cuero. Además de ello, el par de zapatos negros.

ZEIN: Voy a cambiarme. Y a visitarla.

HANINA: Como quieras.

Zein salió a la calle con aquel conjunto amarillo, blanco y negro. Se apartó a un costado en la acera para dejar paso a los patinetes y a las motos encapsuladas. Mientras tanto, observaba las fachadas de los edificios para guiarse, pero la mayoría eran de los cristalinos.

ZEIN: También, podría preguntarle a alguien.

En una esquina, parada, de pie, Amaranta se cruzaba de brazos. Iba uniformada. Zein la miró a lo lejos, reticente. Caviló, cruzó el paso de cebra y se acercó a ella.

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