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—¡Santo Dios! —El eco de las palabras de Kai reverberó en el pasillo, cargadas de una preocupación palpable. Su figura apareció apresuradamente, cortando el aire con su urgencia, seguido por cuatro chicos desconocidos para Sunoo, que permanecía en el suelo, aturdido.

—¡Niki, por favor, detente! —La voz de Beomgyu tembló levemente mientras intentaba aferrar a Niki por la cintura, desesperado por separarlo de Jay. Pero Niki estaba fuera de sí, su rostro deformado por la furia, con los ojos ardiendo de un dolor que se desbordaba como un río en crecida.

Niki forcejeaba en el agarre de Beomgyu, sus palabras cargadas de una desesperación que sólo encontraba salida en la violencia. —¡Déjame, Beomgyu! —rugió, su voz quebrándose con el peso del odio— ¡Voy a destrozarle esa maldita cara! ¡No merece nada de lo que tiene, y menos aún la oportunidad de arruinar otra vida! —El grito de Niki resonó con tal fuerza que parecía que las paredes mismas se encogerían ante él— ¡Voy a acabar contigo, Jay! ¡Te haré pagar por cada gota de dolor que has causado, maldito enfermo!

Jay, con los labios manchados de sangre, se limpió la boca con el dorso de la mano antes de escupir al suelo con un desprecio helado. No sentía miedo, solo una indiferencia gélida hacia las palabras de Niki. Sabía que en el juego del poder, él siempre tenía la ventaja, incluso si no conocía los detalles de la vida de los padres de Niki. En el fondo, lo único que lo mantenía atado a este mundo era Sunoo.

—Sigue, Niki... No me detengas ahora —murmuró Jay con una sonrisa torcida, justo antes de que un puño lo golpeara con fuerza, haciéndolo tambalear. Un sabor metálico llenó su boca mientras la sangre comenzaba a escurrir por su labio partido. Al levantar la vista, se encontró con unos ojos castaños que no reflejaban odio, sino un dolor tan profundo que lo hizo titubear por un instante.

—¿Qué le hiciste a Sunghoon...? —La voz de Heeseung apenas era un susurro, pero cargaba un peso que parecía capaz de aplastar a cualquiera. Sus puños estaban tan apretados que sus nudillos se habían puesto blancos, y su cuerpo temblaba de la tensión— ¡Ahora está al borde de la muerte! ¡Todo por una sobredosis! ¿Qué clase de monstruo eres para arrastrarlo hasta este punto?

El rostro de Jay palideció ligeramente, no por miedo a la acusación, sino porque esas palabras golpeaban justo en el lugar que más dolía, en la parte de sí mismo que no podía controlar.

—Él... lo hizo solo —dijo Jay, su tono carente de emoción, mientras giraba el rostro con desdén—. Si quieres verlo de nuevo, te sugiero que mires hacia el cielo. Porque allí es donde estará... ojalá no hubiera ni comenzado...

No terminó la frase. El golpe en la espalda fue tan repentino y brutal que lo lanzó al suelo, y antes de poder levantarse, sintió las manos de Heeseung rodeando su cuello con una fuerza que parecía provenir de toda la desesperación acumulada. Los dedos de Heeseung se cerraban alrededor de su garganta, como si al hacerlo pudiera borrar todo lo que Jay representaba.

—¡Soobin, haz que lo suelte! —El grito de Taehyun rasgó el aire, lleno de pánico, mientras intentaba con todas sus fuerzas apartar a Heeseung— ¡Está a punto de matarlo!

La escena se volvió caótica; manos desesperadas intentaban separar a Heeseung de Jay, mientras los ojos de los presentes se llenaban de un miedo tangible. Finalmente, lograron apartar a Heeseung, pero la tensión en el aire era insoportable. Jay quedó jadeando en el suelo, su rostro marcado por la lucha, pero sus ojos seguían desafiantes, como si nada de lo que había ocurrido realmente lo hubiera tocado.

Entre la multitud, Sunoo se mantenía inmóvil, sus ojos reflejando una tormenta interna que amenazaba con desbordarse. Niki, quien no había dejado de observarlo, notó el cambio en su expresión y, sin pensarlo dos veces, corrió hacia él, abrazándolo con una desesperación casi palpable.

—Sunoo... —murmuró Niki, su voz quebrándose mientras lo sostenía con toda la fuerza que podía reunir—, estoy aquí, no te preocupes, todo va a estar bien...

Sunoo levantó la mirada, sus ojos empañados por un dolor tan abismal que Niki sintió que algo en su interior se rompía al verlo. Entendía ese sufrimiento, lo había sentido en su propia carne, y quería aliviarlo, aunque fuera sólo un poco. Con ternura, besó ambas mejillas de Sunoo llenas de lágrimas, acercando su rostro a su pecho, como si al hacerlo pudiera ahuyentar el dolor que los envolvía.

—No te guardes más el dolor —susurró Niki con una dulzura que parecía contradecir la furia de momentos atrás—. No tienes que cargar con todo esto tú solo... Yo estoy aquí, siempre estaré aquí.

Mientras tanto, a unos metros de distancia, Heeseung permanecía en pie, pero su espíritu parecía quebrado en mil pedazos. Odiaba a todos los que lo rodeaban, y no quería escuchar a nadie, pero el recuerdo de Sunghoon, que lo había tratado como si fuera nada, avivaba en su interior una ira cegadora. Saber que Sunghoon estaba al borde de la muerte no hacía más que alimentar esa rabia impotente.

—Cálmate, Heeseung, por favor... —Kai se acercó y lo agarró por los hombros, sacudiéndolo ligeramente en un intento desesperado de traerlo de vuelta a la realidad—. Tienes que estar con Sunghoon, no aquí...

—La maestra Moka está con él —la voz de Heeseung salió rota, llena de arrepentimiento y confusión—. Ni siquiera sabía que era así... Ni siquiera sabía lo que estaba pasando...

—En realidad, nadie sabía —intervino finalmente Yeonjun, quien sostenía a Jay, que apenas se mantenía consciente. Sus palabras caían como un peso sobre todos los presentes, cambiando el aire en la habitación—. Nadie podía imaginar hasta dónde habían llegado...

—¿De qué estás hablando? —preguntó Heeseung, la curiosidad mezclada con un terror creciente.

Yeonjun dirigió su mirada hacia Niki, quien todavía mantenía a Sunoo entre sus brazos, como si temiera por lo que estaba a punto de decir. —Jungwon también está... está muy mal —comenzó Yeonjun, su tono grave, casi desolado—. Iban a un club clandestino, casi todas las noches. Sunghoon, Jay y él... Hacían cosas que nadie debería haber visto. Cosas que destrozan a una persona.

Un silencio opresivo cayó sobre el pasillo, sofocante, mientras todos procesaban lo que acababan de escuchar. Ningún maestro había llegado aún; estaban solos, rodeados por el eco de sus propios miedos y culpas.

—¿Por qué no nos lo dijiste antes? —preguntó Niki, su voz temblorosa, su mirada cargada de una mezcla de rechazo y desesperación—. ¿Por qué dejaste que siguieran?

—No era asunto mío —respondió Yeonjun, con una frialdad que contrastaba con la tragedia en la que estaban inmersos. Sus palabras eran un escudo, una barrera levantada por el miedo—. Pero lo lamento... Lamento lo que Sunoo y todos ustedes tuvieron que pasar. No me involucré porque habría arruinado la empresa de mi padre. Todo es por dinero, y sí, lo sé... —concluyó mientras comenzaba a bajar las escaleras, arrastrando a Jay consigo—. Pero antes de que pregunten, todo esto comenzó por la obsesión de Sunghoon. Jay no es el monstruo que creen... Pero su padre... él sólo se preocupaba por Sunoo, y Sunghoon estaba enamorado de Niki. Dime... ¿acaso no habrías hecho algo similar?

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𝘚𝘛𝘙𝘈𝘕𝘎𝘌R 𝘓𝘖𝘝𝘌 ❤️ SUNKIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora