21

140 23 11
                                    

Jay lo había visto todo, sus ojos atrapados en esa pequeña apertura entreabierta de la puerta. El hospital, con su iluminación pálida y fría, envolvía la escena frente a él en una quietud insoportable. Niki estaba inclinado sobre Sunoo, su mano moviéndose con una suavidad insospechada, deslizándose por el cabello rubio del chico como si temiera romperlo. Sunoo yacía inmóvil, ajeno a todo, mientras el silencio llenaba la habitación de una manera que parecía absorberlo todo. Jay sintió una extraña punzada en el pecho, un nudo que crecía en su garganta. Era incómodo, insoportable, ver a Niki así, abierto y vulnerable en una forma que jamás había mostrado.

Retrocedió, sus pasos lentos y silenciosos. No podía permitirse interrumpir esa escena, no cuando algo más profundo se estaba desenvolviendo ante sus ojos. El pasillo del hospital estaba tan vacío como él se sentía por dentro, y cada paso que daba parecía resonar en el eco de su soledad. Se dejó caer en una de las sillas de la sala de espera, el plástico frío y duro haciéndolo consciente de su propia rigidez. Desde donde estaba, lo vio salir. Niki caminaba hacia la salida, tras haber hablado con la secretaria, pero Jay no hizo nada por detenerlo. Solo lo observó desaparecer en el vacío del hospital.

Cuando el eco de los pasos de Niki se desvaneció, Jay se levantó, sintiendo sus músculos tensos, y caminó hacia el mostrador. La joven de cabello oscuro, absorta en su trabajo, levantó la vista al escucharlo acercarse.

—Buenas noches —dijo Jay, su voz baja y medida—. Me gustaría pagar la cuenta de Kim Sunoo.

Ella buscó entre los papeles con eficiencia, hasta que finalmente, una pequeña sonrisa apareció en su rostro.

—Nishimura Niki ya ha cubierto todo —dijo con suavidad—, incluyendo el tratamiento y los medicamentos. ¿Hay algo más que pueda hacer por usted?

Jay mantuvo su expresión neutral, pero por dentro una tormenta de frustración se agitaba. Por supuesto, Niki lo había hecho primero. Como siempre. Con una amargura que lo corroía, Jay asintió, sin molestarse en ocultar el resentimiento que sentía. Sin embargo, pagar no era lo único que tenía en mente.

—¿Me puede decir quién está a cargo del tratamiento de Sunoo?

La enfermera le indicó la dirección y, sin decir una palabra más, Jay se encaminó hacia el consultorio del médico. La conversación que tuvo a continuación fue como un golpe al estómago. "Anemia severa." Las palabras flotaban en su mente, repitiéndose una y otra vez. Y la advertencia, que de no tratarse podría desencadenar en algo peor, algo irreversible, como la leucemia. Mientras el médico hablaba, Jay solo podía pensar en lo cruelmente irónico que era todo. Sunoo, negando cualquier ayuda, mintiendo descaradamente sobre haber comido, todo por su orgullo.

Cuando salió del consultorio, Jay sonreía. No una sonrisa de alivio, sino algo retorcido, casi grotesco. Sunoo estaba tan cerca de romperse, tan frágil. Y de alguna manera, esa fragilidad lo llenaba de una oscura satisfacción. Sacó su teléfono y marcó un número que conocía de memoria, esperando la inevitable reprimenda que venía con cada llamada.

—Padre, Sunoo está bien —dijo, manteniendo su tono lo más calmado posible—. Solo fue un desmayo por estrés.

El silencio al otro lado de la línea fue corto pero pesado, como si su padre estuviera midiendo cada palabra antes de soltar su sentencia.

—Si vuelve a caer, será tu responsabilidad —respondió su padre, su tono cargado de una frialdad que cortaba como el filo de un cuchillo antes de colgar sin más.

Jay bajó el teléfono lentamente, sus ojos fijos en la pantalla negra. No pensaba en nada, no sentía nada. El vacío lo consumía, pero dentro de ese vacío, una única pregunta resonaba: "¿Por qué no fui yo quien lo rompió?" Si alguien iba a hacerle daño a Sunoo, debería haber sido él. Debería haber sido él quien lo viera quebrarse, quien lo hiciera llorar, quien lo dejara hecho pedazos. Pero en vez de eso, Sunoo dormía en paz, intocable, mientras Jay se consumía por la frustración que sentía.

𝘚𝘛𝘙𝘈𝘕𝘎𝘌R 𝘓𝘖𝘝𝘌 ❤️ SUNKIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora