El encarcelamiento

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¡Sublime es aquel que se lanza al abismo con los ojos abiertos, viendo su final antes de sentir la punzada de la muerte! ¿De qué sirve arrastrarse y expiar los pecados no cometidos, si los lamentos son cadenas que atan el alma al polvo? Los malvados, sí, ellos también deberían volar, liberarse del hedor de su carne podrida, escapar de la prisión que ellos mismos construyeron, de la inmundicia de sus días repetidos construidos por el trabajo cristalizado ajeno.

El exceso, ¡oh, el exceso!, la gloria de lo que brilla hasta quemarse, se convierte en las brasas frías de la desesperanza, en el fuego que devora las entrañas del que buscó demasiado. La verdad, ese carruaje magno tirado por corceles de acero, lleva al hombre por el sendero que otros pavimentaron, un camino que se pierde en el horizonte de los amos, en la sombra de los que dictan el destino y se ríen en el anonimato.

¡Levántate, grita, rompe las cadenas, antes de que el tiempo te devore! Pero recuerda, el espíritu encarcelado solo se libera con el poder del grito, un grito que atraviesa la mazmorra de la vida y despierta a los muertos.

El Espíritu de la ModernidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora