Sentado viendo cómo los anaqueles se encuentran solos

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Sentado, viendo cómo los anaqueles desnudos se desmoronan como acantilados que alguna vez contuvieron el peso del océano. Las revistas, antes rebosantes de promesas y sueños, ahora son simples hojas, acumulando polvo, restos de una civilización que ya no busca más allá de su horizonte mustio, desolado por la pereza. Nadie las toca, ya no hay manos que se atrevan a abrir sus páginas como antiguas velas al viento. Las pláticas ardientes, los debates que desafiaban el propio ser, se disuelven lentamente en la niebla de la melancolía moderna, donde el individuo se adora a sí mismo como un dios encerrado en su propia celda de carne.

Y mientras la naturaleza fluye indiferente del muro al mármol, del mármol al suelo, en una dialéctica perfecta a los ojos, la perfección, esa musa traicionera, no es más que una sombra que se burla de nuestra mente. Nos preguntamos si alguna vez podremos comprender la conexión de las cosas, el latido de un edificio, su piel de concreto que parece tener sentido solo porque nosotros lo creamos. En las plazas, los transeúntes se deslizan, calmados, pero sus pasos están cargados de destinos ya escritos. Sus zapatos, más que simples objetos, son testigos del paso del tiempo, rastros de sus luchas privadas, de sus pequeñas redenciones, de fracasos ocultos bajo suela y cuero. No tienen esencia propia, solo el peso de lo que han caminado, del polvo que han dejado atrás.

Y la rocola, vieja sirena del aire, envuelve todo en una dulce melodía, pero nadie se embriaga con sus notas. Nuestras quimeras, esas fantasías quebradas, se desvanecen en la trampa de nuestros propios pensamientos, llevándonos, como un río traicionero, hacia las costas áridas del solipsismo. En este laberinto de indiferencia, la conexión humana se diluye, y la búsqueda de significado se convierte en una batalla solitaria contra la marea de la inercia.

Nos encontramos atrapados en un ciclo de autoadoración y aislamiento, incapaces de ver más allá de nuestro propio reflejo en el espejo del ego. La lucha por encontrar sentido y propósito se convierte en una peregrinación a través de un desierto espiritual, donde cada paso es una prueba de nuestra resistencia y determinación. En este viaje, descubrimos que la verdadera conexión y el entendimiento solo se logran al romper las barreras de nuestra autoimpuesta soledad, abriendo nuestras mentes y corazones a las experiencias y perspectivas de los demás.

El Espíritu de la ModernidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora