La absurda existencia

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La absurda existencia de un hombre que atiende llamadas de otro hombre, que presta un servicio a un tercero, que debe proveer, es muy triste, es desoladora. Arrinconan al hombre a medicarse, arrinconan al hombre a embriagarse. ¿Por qué crees que los medicamentos prescritos y las cervezas son legales, hermano? ¿Por qué crees que en las películas las drogas son el clásico método de recreación? Porque así mantienen manso a tu espíritu. El hombre manso es más fácil de manipular, el hombre manso tiende a obedecer, y al obedecer, no le pegan con la batuta.

En cambio, el hombre divergente, aquel que se sale de la línea, tiende a ser apaleado, apaleado con la vara de la sociedad. Lo estigmatizan, crean una imagen de él, y ahí es donde la semiótica y la semántica tejen su alianza tóxica contra el hombre. ¿Por qué? Porque crean un ícono del divergente: el loco, el fuera de sí, el expulsado, el renegado. "¡No lo toques! Ese tipo está loco." Y ese pensamiento lo ha moldeado El Capital. El espíritu oprimido del hombre trabajador es fácil de manejar porque ya está deshecho. El arte, la filosofía, la religión, todo comprimido en una pastilla difícil de tragar.

De eso hablo en otros poemas, donde el hombre se suicida tirándose al ascetismo, o el hombre se suicida en el fanatismo. Así como los que se exacerban con el anime, o los que se obsesionan con cantantes. Buscan una forma de lidiar con su realidad. O los que viven para el fútbol, se suicidan espiritualmente. Ahí muere el hombre. Muere en el fanatismo, muere en el absolutismo, muere en el existencialismo.

Filosóficamente, esta reflexión encuentra eco en la obra de pensadores como Michel Foucault, quien explora cómo las estructuras de poder y control moldean la sociedad y la subjetividad humana. En "Vigilar y Castigar", Foucault analiza cómo el sistema penitenciario y otras instituciones disciplinarias ejercen control sobre los individuos, moldeándolos para que se ajusten a las normas sociales. De manera similar, en la obra de Theodor Adorno y Max Horkheimer, "Dialéctica de la Ilustración", se argumenta que la cultura de masas y la industria cultural funcionan como mecanismos de control y manipulación, manteniendo a las personas en un estado de pasividad y conformidad.

Jean-Paul Sartre también ofrece una perspectiva pertinente con su concepto de la "mala fe". Sartre argumenta que los individuos a menudo se engañan a sí mismos para evitar enfrentar la libertad radical y la responsabilidad que conlleva la existencia auténtica. En este contexto, la "mala fe" puede manifestarse en la aceptación pasiva de roles sociales y expectativas impuestas por el sistema capitalista.

Finalmente, el concepto de "sociedad del espectáculo" de Guy Debord describe cómo la vida social se convierte en una mera representación, donde las relaciones auténticas son reemplazadas por imágenes mediadas. Este espectáculo perpetúa la alienación y disuade la acción crítica y transformadora.

El Espíritu de la ModernidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora