Con una carpeta en la mano, voy deshilvanando pasos, sosteniendo fotos de un paisaje que alguna vez atisbé, intentando alinear recuerdos con lo que aún existe. Fenomenológicamente, la imagen y el objeto se entrelazan, pero no coinciden, porque la percepción lleva dentro pensamientos, emociones y memorias dispares. Desde mi carpeta brotan recuerdos de una infancia olvidada por mí, pero grabada en el papel de la fotografía.
Caminando, me encuentro a mí mismo, desde lejos, observándome, confirmando mi existencia como reflejo, pero no como fenómeno objetivo, viéndome desde mis ojos, no desde los ajenos. Soy un fenómeno entre miles. Alguien me muestra su carpeta; sus fotos son distintas: otros colores, otras tonalidades, otros sentimientos. Soy yo viéndome, pero soy yo desconociéndome.
El ruido de la ciudad, las miradas de los trabajadores, se disuelven en un murmullo de conexiones que mi conciencia limitada apenas logra captar. Puedo ver el dolor ajeno, pero no comprenderlo, solo enredarlo más. Nos damos cuenta de que podemos ser agentes, y también fenómenos, opuestos a nuestras ideas. La agencia no reside solo en el individuo, sino en lo que toca, en lo que ve, en lo que guarda para sí.
La experiencia fenomenológica, para tener valor, debe conectarse con la praxis, pero la concreción es ajena a lo que el fenómeno expresa. De ser un observador pasivo, me transformo en un agente que busca cambiar el fenómeno que ve reflejado en ese vidrio sucio, esperando ser limpiado, para ver con claridad mi propia imagen y comprender la cosmovisión detrás de mí. Me veo a mí mismo en el espejo, veo cómo todo detrás funciona y se conecta, alcanzando la emancipación del ser abstracto.
El mundo se revela en sus múltiples capas, una red compleja de significados y percepciones. En este entrelazamiento de miradas y recuerdos, descubro que mi existencia no es un hecho aislado, sino una constelación de experiencias compartidas. Cada fotografía es un testimonio silencioso, un fragmento de un todo mayor, una puerta a la comprensión de mi propia humanidad.
En la limpieza del vidrio, se devela la claridad de la autoemancipación. El reconocimiento de mi agencia y mi fenomenología me permite redescubrir mi lugar en el mundo, no solo como observador, sino como creador activo de mi propia realidad. En este proceso de auto-reflexión y acción, encuentro la libertad de ser y de transformar mi entorno, de ser más que una imagen reflejada, de ser una fuerza en el tejido mismo de la existencia
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El Espíritu de la Modernidad
RandomEn un mundo donde la tecnología y la monotonía gobiernan nuestras vidas, El Espíritu de la Modernidad se adentra en las sombras de la existencia contemporánea, iluminando las grietas por las que se filtra la alienación y la deshumanización. A través...