El pecho aprieta, ¡Dios mío! ¿No ves acaso cómo la mirada desvanece, desvanece la ciudad, desvanece el asfalto, desvanece el humo de las fábricas, borra los rostros apagados, todo como una condenada visión distorsionada del mundo, un mundo sin bordes, sin contornos definidos, fluyendo? Todas las formas, ahí, suspendidas, danzan en un caos insaciable, pero, ¿qué? ¿Qué es lo que se me escapa? La esencia, ¡la esencia de lo que observo! Lo que existe no existe por sí mismo, no, no está por ser, sino por la imagen que le imponemos, la maldita sombra de la mente colectiva, la máscara que lanzamos sobre todo, deformando lo real.
Podemos estar ahí, ¡claro que sí! sin darnos cuenta, prisioneros, encadenados a nuestros ojos cerrados. Lo dudo, lo cuestiono, lo grito. ¡El hombre que no habita el ahí! ¿Cómo puede entonces percibir el aquí, el ahora? El aquí, ahora, siempre esquivo, un rayo fugaz que se desvanece como una estrella marchita, pero, ¡no es confuso! ¡No! Es nítido como el tañido final de las campanas del apocalipsis, algo palpable, algo concreto, tan real como la piel que sentimos.
Pero el pasado, ¡ay de mí! El pasado que se devora a sí mismo, se disuelve, se mezcla con el aquí, con el ahora, ¡es una trampa!, y me encuentro, asombrado, perdido en el torbellino de mi mente, viendo el pasado, el presente, como si fueran la misma cosa, el mismo lugar, pero diferente. Me confunde, ¡me confunde tanto!, estar aquí y haber estado allá, haber sido otro, en otro tiempo, en otro cuerpo, atrapado en la telaraña de mi propio miedo. Es un terror suave, como la lenta muerte de los días, da miedo, sí, ¡maldito miedo! estar en todas partes al mismo tiempo, y sin embargo, no estar en ningún lugar.
La percepción de la realidad se convierte en un juego de sombras y luces, donde lo tangible se mezcla con lo intangible, y lo concreto se disuelve en lo abstracto. La mente, atrapada en su propia red de pensamientos y recuerdos, lucha por encontrar un punto de anclaje, un lugar donde descansar y sentirse segura. Pero en este torbellino de percepciones y emociones, todo parece efímero, fugaz, como un sueño que se desvanece al despertar.
La lucha por comprender y habitar el aquí y el ahora se convierte en una batalla constante, una búsqueda interminable de significado y estabilidad en un mundo que parece carecer de ambos. La esencia de lo que observamos se nos escapa, siempre fuera de nuestro alcance, siempre más allá de nuestra comprensión. Y en esta búsqueda, nos encontramos a nosotros mismos, enfrentándonos a nuestros miedos más profundos, a nuestras inseguridades y dudas, tratando de encontrar un sentido en medio del caos.
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El Espíritu de la Modernidad
De TodoEn un mundo donde la tecnología y la monotonía gobiernan nuestras vidas, El Espíritu de la Modernidad se adentra en las sombras de la existencia contemporánea, iluminando las grietas por las que se filtra la alienación y la deshumanización. A través...