Los sábados iluminados

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Bajo el Sol del mediodía, golpeando las calles como un pulso que se retuerce, la tecnología, con su insaciable lengua, comenzaba a alzar su frente. El MP3, ese latido mecánico, imponía su ritmo y la gente, ansiosa de conexión, veía cómo la contracultura se disolvía en humo, engullida por la corriente de los mercados. Los jóvenes, con sus camisas negras, sus cadenas brillantes, erigían el nu metal, el pop punk, como estandarte de una rebelión vacía, sin cuerpo. El rugido se extinguía en la selva del poder, un eco apenas. La filosofía de aquellos años, fragmentada, gritaba desde un espejo roto, arrojándose contra lo familiar, buscando entre los restos el consuelo de tribus huecas, hechas de aire, de nada, unidas por lo trivial.

Las tarimas se llenaban de profetas falsos, ídolos de plástico, reflejos de luz artificial. Y los jóvenes, como polillas, danzaban hacia ese resplandor, queriendo ser alguien, perdiéndose en la imitación vacía del vacío. Una generación sin raíces ascendía, y bajo sus pies, otro abismo, más hondo, silencioso, despiadado, se abría. Los videojuegos: templos del siglo, donde los hombres bebían su caos, hundidos en el asfalto virtual de Grand Theft Auto, subidos al altar triste de MySpace, venerando íconos de carne hueca, ropa sin cuerpo, belleza sin alma. Era el culto a lo efímero, a la chispa joven, una canción que hoy suena amarga en la boca de los que sobrevivieron, encerrados en cajas de recuerdos, viendo cómo el brillo de sus días dorados se desmorona en este mundo nuevo, frío, metálico, que les da la espalda y les llama viejos.

Los enemigos de ayer, esos que temías ser, son ahora tus amigos. Y el tiempo, siempre el tiempo, arrastra con su lenta marea la verdad: la lucha no fue contra la autoridad, sino contra el monstruo que la alimenta, esa innovación que nunca trajo justicia. Hoy, esos rebeldes lloran en silencio, encerrados en sus propios recuerdos, atrapados por la misma tecnología que una vez prometió liberarles.

En este panorama desolador, las voces del pasado resuenan como fantasmas en el viento, susurros de promesas rotas y sueños no cumplidos. El verdadero enemigo no fue la autoridad visible, sino el sistema insidioso que se esconde detrás, manipulando y controlando desde las sombras. La lucha continúa, pero ahora es contra un enemigo más difuso, más enraizado en la misma esencia de la sociedad moderna.

El Espíritu de la ModernidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora