Estamos complaciendo a Dios

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Nos vestimos, nos arreglamos, nos miramos al espejo, intentamos ser bellos, como catedrales ornamentadas. ¿A quién buscamos sorprender? ¿A alguien? Ese es el detalle crucial: sorprender a un Dios, aunque no buscamos que algún Dios, distante, nos vea o nos juzgue, nos contemple, ni que haga algo con nosotros.

¿Cuál es la finalidad de la belleza, entonces? La belleza es fin en sí misma, si lo miramos desde la fría estética formal. Pero, para aquellos que viven de la moda, ¿cuál es el verdadero propósito? ¿Ser hermosos? Hermosos por un tiempo, hasta que la ilusión se desvanece, y regresan a una realidad más fea, con una mentalidad infantil, con un alma erosionada.

Todos nos esforzamos por ser algo, por ser "normales". Yo mismo, cada día intento ser normal, pero ¿qué es ser normal? No lo sé. Entonces, finjo serlo, ejerzo mi normalidad, sin comprender del todo qué significa. Hermano, es triste. Para mí, la belleza reside en lo sutil, en lo imperceptible. Pero a veces, al mirar esos ojos delirantes, desorbitados por el brillo químico, me embriago en su luz, me siento bien, cálido, como la heroína sin tocarme la piel. No me inyecto, pero bebo mi escape, y así me acerco a lo que un opioide promete.

¿A quién queremos engañar? Buscamos ser normales para que los normales nos acepten como uno de ellos. Escuchamos lo que ellos escuchan, para encajar, para ser moldeados por su juicio. Porque ellos, los normales, nos moldean, nos dan forma y nos proyectan como figuras metafísicas de su normalidad. Somos todos normales, pero al mismo tiempo, en un contexto más realista, nadie lo es. Nadie es único, porque la originalidad es un mito. Todo lo que existe, ya se vio, y todo lo que se verá, deviene de lo que ya fue. Así de simple.

La belleza que buscamos es una ilusión temporal, un destello que eventualmente se desvanecerá en el tiempo. Nos sometemos a los cánones y los ideales ajenos, esforzándonos por encajar en moldes predefinidos que, al final del día, no nos definen realmente. Nos encontramos en un ciclo interminable de insatisfacción, donde lo inalcanzable siempre parece estar a la vuelta de la esquina, pero nunca a nuestro alcance.

En esa búsqueda incesante, perdemos el contacto con lo que verdaderamente importa: la esencia de quienes somos, más allá de las apariencias y las expectativas impuestas. La autenticidad se ahoga en el mar de lo superficial, y la lucha por la aceptación externa se convierte en una prisión invisible que encarcela nuestra verdadera identidad.

Al final, ¿a quién queremos impresionar con una belleza que es efímera y que no tiene sustancia? Tal vez es hora de redefinir lo que significa ser "normal" y abrazar lo que nos hace únicos, en toda nuestra complejidad y diversidad.

El Espíritu de la ModernidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora