el acto de quitarse la vida

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El acto de quitarse la vida no debería ser un tabú, sino abrazado como un fenómeno real, hasta un gesto heroico, donde el hombre afirma su ser sobre todo, reconciliando la vida y la muerte, encontrando en el descanso su fin último. La superstición flagela al alma, la encadena a creencias, la doblega a una religión sin compasión. El sufrimiento puede menguar al enfrentarlo, pero también puede cesar con el suicidio. ¿Quién es culpable de su muerte? ¿El suicida o su medio?

El suicidio no es solo el fin de la existencia, sino también el de la esclavitud física. Sin embargo, en la rutina, el hombre busca escapar sin acabar con su vida, aferrado al "sentido de la vida", una búsqueda de algo en la nada. Esta borrachera espiritual crea un ancla en un arrecife lleno de corales, visibles pero incomprensibles, un engaño, un estado estático donde el espíritu deja de fluir, atónito mirando hacia abajo sin atreverse a ver hacia arriba, temeroso de la nada.

Organizar la nada es un fenómeno que requiere sufrir. Quien huye de la nada busca una distracción mientras los años pasan. La barca se llena de agua, el coral permanece inmutable, el espíritu intacto, y el hombre se pudre, enfermo y viejo. Profundamente, el hombre muere espiritualmente al someterse a decisiones que no son suyas; esas cadenas pueden ser familiares, sociales o religiosas. La muerte puede ser tanto del espíritu como del cuerpo; en ambos casos, el final es la miseria, de la cual no se escapa.

El hombre es soberano en su individualidad, libre de decidir sobre su cuerpo, pero no libre de elegir el entorno donde nace. Es en este contexto donde decide rendir su espíritu al suicidio físico o espiritual. La concreción es por sí misma cruel, impía, pero no tiene un ser de carbono; es una idea, un conglomerado de ideas que crea un conjunto enorme y molar. En la molecularidad, las diferentes determinaciones estallan en violencia para crear una cosmovisión, un zeitgeist, un volksgeist.

¿Se puede cuantificar la cualificación del ser en un momento histórico? ¿Se pueden determinar las causas del suicidio si el actor está muerto? ¿Qué tiene el hombre además de la muerte?

Es difícil entender las razones del suicidio; esas preguntas se quedan en el éter, sin respuesta que no esté embadurnada del pensamiento individual, sin relación con una doctrina o corriente. No se pueden responder sin estar muerto espiritualmente. El hombre es soberano en su ser solitario, libre de dictar sobre su cuerpo, pero no de elegir la tierra que lo acoge. Es allí, en esa grieta, donde elige: rendir su espíritu al suicidio del cuerpo o al del alma. La concreción es, por sí misma, despiadada, sin alma de carbono, solo idea, un torbellino de ideas que se agrupan en masas densas y abrumadoras. En la fragilidad de lo molecular, las diferencias chocan, se desatan en violencia, forjando una visión del mundo, un espíritu del tiempo, un espíritu del pueblo.

¿Puede el ser cualificarse en la marea del tiempo? ¿Puede alguien desentrañar las razones de un suicidio, si quien lo ejecutó ya no está? ¿Qué le queda al hombre, si no la muerte? Es difícil abarcar las causas del suicidio; esas preguntas flotan, sin respuesta que no se tiña de la mente del que observa, sin escapar de doctrinas ni corrientes, no pueden contestarse sin estar ya muerto en el alma.

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