El pánico llega como un viento frío,
susurra en la sombra, acelera el latido,
garras invisibles que cierran el pecho,
y el mundo se encoge en un solo estrecho.
El aire se quiebra,
los pasos se enredan,
cada sombra acecha,
cada ruido aterra.
Es un grito mudo que rompe el sentido,
el pánico es noche que roba el camino.
El tiempo en Nevermore parecía haberse ralentizado, como si cada segundo se estirara hasta el punto de volverse insoportable. Enid se sentía atrapada en un ciclo interminable de frustración y ansiedad. La transformación que esperaba bajo la luna llena se había convertido en un recuerdo distante, una promesa rota que se mezclaba con las tensiones del día a día, ahora más pesado sabiendo que faltaba unos días para la luna llena. A medida que la seguridad en la academia aumentaba tras el incidente en la gasolinera, el ambiente se volvía más opresivo, casi asfixiante.
El director, furioso, había prohibido la vigilancia interna, pero los guardias que patrullaban el exterior hacían que la escuela pareciera más una prisión que un refugio. Y como si eso no fuera suficiente, Enid se encontraba desempeñando el incómodo papel de intermediaria, dividida entre la oficina del director y los mandatos de la alcaldesa de Jericó. Aquella mujer, fría e imponente, irradiaba una hostilidad que hacía que la piel de Enid se erizara cada vez que se encontraba en su presencia. Era como si la alcaldesa disfrutara viéndola en esa situación, sin mostrar ni un rastro de empatía. Enid sabía que el desprecio de la alcaldesa no solo era por su condición de excluida, sino también por su implicación en los eventos del semestre anterior. La batalla entre el lobo y el Hyde había dejado cicatrices, visibles e invisibles, y aunque pocos conocían la verdad, la alcaldesa y el nuevo sheriff estaban entre ellos.
Enid estaba terminando de organizar las carpetas que la alcaldesa le había entregado, sintiendo un nudo en el estómago al darse cuenta de que contenían los expedientes de ella y sus compañeros. La mujer parecía obsesionada con vigilar Nevermore, como si quisiera desentrañar todos sus secretos.
A: —Una vez termines con eso, quiero que informes al director que no aceptaré ningún retraso en la actualización de esos documentos —dijo la alcaldesa, su voz era tan gélida como su mirada—. No dejaré ningún cabo suelto en cuanto a tu academia de fenómenos.
La frialdad en sus palabras cortaba el aire, y Enid sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Inhaló profundamente, obligándose a mantener la calma, aunque una parte de ella quería responder con la mordacidad que sentía ardiendo en su interior. En lugar de eso, esbozó una sonrisa tensa y asintió.
E: —Le comunicaré al director su... Petición —respondió Enid, tratando de mantener su tono neutral.
La alcaldesa arqueó una ceja, observándola como si fuera una criatura interesante en un zoológico.
A:—No es una Petición, señorita Sinclair. Es una Exigencia, una orden. Debe hacerlo, y punto.
La contundencia de sus palabras era tan afilada como una hoja. Enid volvió a asentir, regresando su atención a los papeles, aunque podía sentir la mirada pesada de la alcaldesa fija en su nuca. La presencia de la mujer se volvía más opresiva con cada día que pasaba. Un silencio incómodo llenó la habitación, solo roto por el sonido del papel al ser movido. De repente, la alcaldesa habló, su tono inesperadamente curioso: