Silencio culpable
Bajo la lluvia, la escena se tiñe,
de sombras y sangre en la piel del viento,
el crimen tarde,
oculto en la bruma,y los ojos buscan al cruel tormento.La sospecha recae en manos ajenas,
pero en las sombras, el truco se traza.No es quien corre ni quien llora,
sino quien observa, quien no amenaza.Quieto, sin prisa, entre charcos y miedo,
el verdadero culpable sonríe en secreto.
Su silencio es el filo que corta en la niebla,
y mientras miran,
él escapa del eco.
La lluvia caía sin piedad, golpeando el barro y mezclándose con la neblina densa que rodeaba la escena. El aire húmedo olía a tierra mojada y metal oxidado, mientras las luces azules y rojas de las patrullas cortaban la oscuridad con intermitentes destellos, añadiendo un ambiente más macabro al paisaje desolador. El sheriff llegó en su patrulla, su rostro inmutable como el de una estatua. No se apresuró al caminar; sus pasos resonaban en el lodo empapado, pasando por debajo de la cinta policial que ondeaba al viento. No mostró sorpresa ni emoción al ver el caos que reinaba ante él. Los forenses y oficiales se movían con precisión profesional, trabajando en lo que claramente era un escenario de horror.
Cuando finalmente se acercó al cuerpo, lo primero que notó fue su estado: irreconocible, destrozado. Aunque había una figura humana en el barro, era difícil determinar si alguna vez había sido una persona entera. Con las manos metidas en los bolsillos de su impermeable, escuchó al oficial que llevaba el informe.
—Varón, unos 34 años. Alex Cort. Mecánico suplente en Jericó. Desaparecido desde hace cinco días... —la voz del joven titubeaba mientras leía el informe—. No encontramos su identificación, y la billetera estaba completamente vacía. Solo había una tarjeta de donante —hizo una pausa, como si las palabras se le atorasen en la garganta.
El ambiente en la escena parecía volverse más denso. Las luces, frías y pálidas las cuales destellaban a la distancia, no lograban disipar la sensación opresiva que lo envolvía. El joven, quizás demasiado inexperto para enfrentar algo como esto, tragó saliva, sus manos temblaban al sostener los papeles. Todo en su expresión denotaba nerviosismo, como si lo que estaba a punto de decir lo helara por dentro.
—Le... falta el hígado —susurró al final, su voz quebrándose. El silencio que siguió fue sepulcral, un abismo insondable que dejó un eco de horror en el aire.
El sheriff inclinó ligeramente la cabeza, sus ojos analizando cada rincón del escenario. Parecía ver más allá de lo evidente, capturando detalles que otros jamás habrían notado. Su mirada, afilada y calculadora, recorría el cadáver, hilando un patrón que solo él podía comprender.
—¿Y cómo saben que le falta el hígado? —preguntó sin despegar la vista del cuerpo, su tono gélido como la lluvia que empapaba sus hombros.
El joven forense, ojeroso y pálido, avanzó con una carpeta bajo el brazo. Su semblante era tan sombrío como el clima, como si la oscuridad hubiera dejado su marca en él. Se detuvo junto al sheriff y, en un tono clínico, casi ajeno al horror de lo que describía, respondió.
—Ictericia de percusión pre empática. La piel amarillenta indica liberación masiva de bilirrubina no conjugada... posiblemente por destrucción de glóbulos rojos o falta de albúmina. En resumen: le arrancaron el hígado. Por eso esta pálido... y poco amarillo—