Ágape de Sombras
Entre las sombras de la noche eterna,
late un amor que no entiende razón,
un vínculo oscuro, profundo, que quema,c
omo la luna acaricia el carbón.Es un susurro en la brisa fría,
un eco que danza en el umbral,
donde lo incierto,
lo prohibido, s
e guíay el corazón arde en su propio mal.No es de rosas ni de luz perfecta,
es el dolor que abraza sin fin,
una llama que vive y afecta,
aunque el alma se sienta ruin.Te observo en la distancia, tan viva,
y en silencio me pierdo,
me ahogo,
pues mi amor es tan solo una herida,
que en su sangre,
tu nombre forjó.
Merlina permanecía inmóvil, mirando la escena desde la distancia, mientras el grupo de amigos celebraba y reía tras el anuncio de la "victoria" de Enid. Por dentro, sentía que una tormenta oscura crecía en su pecho, una furia latente que no encontraba escape. La carrera siempre le había parecido absurda, algo sin sentido que solo servía para distraer a los demás de los verdaderos problemas que rodeaban Nevermore. Pero esa tarde, la frustración que sentía no era solo por la trivialidad de la competición; era algo más profundo, más personal. ¿Por qué se sentía así? Era como si la rabia estuviera creciendo en su interior, una ira que había mantenido bien encerrada durante tanto tiempo. Sabía que no tenía derecho a sentirse de esa manera, que no era su lugar preocuparse por lo que Enid hacía o con quién pasaba su tiempo. Pero, aunque sabía que no debía, no podía evitarlo. Estaba profundamente molesta, hirviendo en su propia insatisfacción. Cada vez que pensaba en las sonrisas fingidas de Enid, en los secretos que le ocultaba, la rabia se intensificaba.
No era una simple molestia por las mentiras. Era algo mucho más complejo. No era que Enid mintiera por sí misma, sino el hecho de que la tratara como si fuera una tonta, como si no se diera cuenta de lo que estaba sucediendo. ¿Acaso pensaba que Merlina no podía ver lo que pasaba realmente? Cada vez que Enid ocultaba algo o evitaba contarle lo que sentía, era como si la estuviera desestimando, como si Merlina no mereciera la verdad. Esa falsa alegría, esa sonrisa forzada que veía en el rostro de Enid a cada paso, solo empeoraba las cosas.
La carrera fue el detonante. Desde el principio le había parecido una idea estúpida, una pérdida de tiempo, pero la insistencia de Eugene y Xavier para que apostara la había fastidiado tanto que, a regañadientes, terminó participando en las apuestas. Para colmo, decidió apostar por Yoko. Quería molestar a Enid. Quería hacerla sentir al menos una pizca de lo que ella sentía, aunque no tenía claro si lo que buscaba era venganza o simplemente un reflejo de su propia frustración. Pero nada salió como lo había planeado. En lugar de ver a Enid molesta o incómoda, la emoción del grupo solo incentivó a la rubia a lanzarse de lleno en la carrera.
Y ahora, además de molesta, estaba frustrada, agotada mentalmente. Había permanecido apartada del grupo mientras los demás celebraban y reían. Su vista se desviaba de vez en cuando hacia Enid, quien parecía perfectamente feliz con sus amigos. Esa Enid alegre y despreocupada, la que mostraba esa fachada perfecta al mundo, la que había estado ocultándole sus verdaderos sentimientos. Merlina la conocía lo suficiente para saber que esa sonrisa no era genuina, que algo más estaba sucediendo dentro de ella. Pero lo que más la atormentaba no era la sonrisa falsa, sino el hecho de que Enid ya no confiaba en ella. Recordó aquellas pocas veces en las que Enid, vulnerable, le había confesado sus miedos y angustias. La Enid insegura que, por un breve momento, había mostrado sus verdaderos sentimientos. Esa Enid le había dicho que no quería volver a esconderse tras su alegría falsa, que quería ser honesta consigo misma. Merlina había sido testigo de ese momento de debilidad, de esa conexión sincera entre ambas. Pero ahora, esa conexión parecía haber desaparecido.