Latidos temerosos
En la penumbra de mis pensamientos,
el amor se asoma como un ladrón,
susurra promesas, enciende llamas,
pero el miedo es eco, su eterna canción.Cada latido es un grito ahogado,
un pulso que tiembla en la soledad,
busco tu mano, pero la sombra,
del rechazo acecha en la oscuridad.
Aquella noche, Enid y Yoko se adentraron en la habitación de la asiática con el simple propósito de buscar algunas cosas. Al entrar, Enid no pudo evitar sorprenderse al notar cómo el espacio estaba dividido de manera similar al cuarto que compartía con Merlina. A un lado, lo que claramente era la "zona de Yoko" destacaba con colores intensos, principalmente rojo, y objetos que reflejaban el estilo único de la vampira. Sin embargo, al voltear hacia el otro lado de la habitación, todo parecía sumido en la oscuridad, como una especie de réplica del rincón de Merlina, aunque menos sombrío y con un aire algo más neutro.
Un pequeño detalle llamó la atención de Enid: un mini refrigerador situado en esa área oscura. Sin poder resistir la curiosidad, se acercó cuidadosamente y abrió la puerta del electrodoméstico. Lo que encontró la dejó momentáneamente sin palabras. Dentro, había varias bolsas de sangre cuidadosamente almacenadas y algunos paquetes bien envueltos, que a simple vista parecían ladrillos.
—Mmm... No sabía que debían tener esto... Nunca vi tu reserva —comentó Enid, manteniendo los ojos fijos en el contenido del refrigerador.
—Es porque no deberíamos tener una reserva... En la cafetería nos proporcionan la dosis mínima necesaria —explicó Yoko, mientras rebuscaba en lo profundo de su armario, aparentemente buscando algo más—. Ni más para evitar adicciones, ni menos para prevenir una caída de energía.
Enid frunció el ceño, aún desconcertada por la presencia del refrigerador.
—Pero... ¿Entonces por qué tienes esto aquí? ¿No sería eso como aumentar la dosis? —preguntó con cierta cautela, antes de notar algo más en el fondo. Extendió el brazo y, con curiosidad, sacó una botella polvorienta de whiskey, claramente muy añeja. Luego, explorando un poco más, descubrió varios frascos pequeños llenos de un líquido verde, de apariencia extraña e inquietante.
—¿Y esto qué es? —inquirió Enid, levantando los frascos para mostrárselos a Yoko.
—No lo sé... Tal vez sea el inhibidor... —respondió Yoko, acercándose más para examinar el hallazgo—. Ella toma uno cada mañana, es parte de su rutina... Deberías dejar eso en su lugar, Enid... espera, ¿es whiskey? —preguntó la vampira, con una sonrisa torcida, claramente intrigada por la botella en las manos de Enid.
—Vaya, vaya... ¿Quién lo hubiera imaginado? —murmuró Enid con un tono de sorpresa—. No pensé que Raven guardara este tipo de cosas.
Antes de que cualquiera de las dos pudiera reaccionar, la puerta se abrió lentamente. La compañera de Yoko, Raven, había llegado. Al ver a Enid y a Yoko hurgando entre sus cosas, se quedó quieta en el umbral, observando en silencio. Primero, su mirada recorrió el armario desorganizado de Yoko, luego se detuvo en el refrigerador abierto, frunciendo levemente el ceño. Aunque sus expresiones estaban en parte ocultas por las gafas oscuras y la bufanda que solía llevar casi siempre, su incomodidad era evidente. Finalmente, sus ojos se detuvieron en las manos de Enid, quien sostenía una botella de whiskey.
Con calma, Raven cerró la puerta tras de sí y caminó hasta su escritorio. Allí, con movimientos pausados, se quitó la bufanda y la dejó sobre la silla, luego se retiró los lentes oscuros con la misma meticulosidad, colocándolos cuidadosamente en el escritorio. A continuación, se aflojó el nudo de la corbata, dejando a la vista una nueva cicatriz en su cuello, una quemadura profunda que recorría de lado a lado, como si ocultara una historia aún más oscura. Al notar el silencio que se cernía sobre la habitación, Raven se giró hacia ellas, cruzándose de brazos en un gesto tranquilo pero inquisitivo, y chasqueó los dedos para llamar su atención.