Los años ligeros
"No podía explicar por qué, pero la idea de amar a alguien de esa manera le aterrorizaba. No se trataba de miedo al rechazo, aunque eso también le inquietaba, sino más bien el miedo a perderse a sí misma en alguien más, a que su vida, sus pensamientos y su libertad quedaran atrapados para siempre en esa relación que no entendía del todo. Era como estar al borde de un precipicio, sabiendo que el salto sería irreversible."
-Elizabeth Jane Howard
La sala bullía de murmullos y miradas confusas, el aire cargado de incomodidad. Merlina se cruzó de brazos, ocultando la tormenta interna que la agitaba, aunque la fachada de indiferencia seguía intacta. Aquello era un déjà vu que la irritaba profundamente, otra reunión con las mismas caras expectantes, las mismas sospechas latentes, y, claro, la alcaldesa y sus guardias vigilando como si fueran dueños del lugar. Pero, en lo más profundo, lo agradecía. Le habían dado una salida, una excusa para evitar a Enid. Porque, ¿cómo iba a enfrentarse a lo que había hecho?
El beso.
La sola idea de pensar en ese momento la llenaba de confusión. No había sido planeado, fue puro impulso, un instante en el que su mente se desconectó y su cuerpo actuó por sí solo. ¿Por qué? La lógica la abandonaba cada vez que intentaba racionalizarlo, y la presencia de Enid cerca solo hacía que esos recuerdos la devoraran. Trataba de ignorar la mirada de la rubia, pero sentía su calor, esa cercanía inquietante que ahora la envolvía de una manera distinta. No pienses en eso ahora, se dijo, pero la sensación aún estaba ahí, fresca en su piel.
Finalmente, el director hizo acto de presencia, lo cual fue suficiente para que Merlina se obligara a concentrarse. Su voz resonaba fría y formal, pero las palabras eran un golpe seco.
—Buenos días a todos —comenzó el director con ese tono monótono que Merlina siempre encontraba insoportablemente controlado—. Se preguntarán por qué los he hecho venir esta mañana...
Un silencio expectante cayó sobre la sala. Merlina, al igual que muchos otros, no tenía que preguntárselo. Siempre es lo mismo, pensó con amarga resignación.
—Tengo noticias... Por asuntos externos, me temo que el día de hoy, al anochecer, en la luna llena... no habrá expedición de manadas. A las antiguas normas, todos los lobos pasarán la noche en el sótano.
El murmullo entre los estudiantes fue inmediato, y Enid, quien estaba apenas a unos pasos, se agitó visiblemente. Merlina no pudo evitar lanzar una mirada fugaz hacia ella, y en ese instante sus ojos se encontraron. Enid parecía desconcertada, incluso un poco molesta, pero a diferencia de Merlina, ella no estaba evitando el contacto visual. El recuerdo del beso explotó de nuevo en la mente de Merlina, invadiendo sus pensamientos, hasta que volvió a girarse bruscamente hacia el frente, apartándose de esos ojos azules que ahora le resultaban... demasiado.
—La dosis mínima de vampiros será suspendida hasta nueva orden... el lago ha sido clausurado... los clubes y grupos serán relegados... y el toque de queda se extenderá de 7 pm a 7 am.
Cada palabra del director cargaba con una sensación de control opresivo. Las reglas se apretaban más y más, como una cadena invisible que comenzaba a ahogar a todos en la academia. Merlina sentía que la tensión entre los estudiantes crecía con cada anuncio.
—La seguridad aumentará... la vigilancia se extenderá de la salida de la academia a sus interiores... contaremos con guardias.
El peso de esa última declaración cayó como una piedra sobre la sala. Todos sentían el cambio en el ambiente, la amenaza latente que flotaba sin ser mencionada directamente. Algo oscuro estaba moviéndose en las sombras, y aunque nadie se atrevía a preguntar abiertamente, todos lo sabían.