Capítulo 9.

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La primera vez...

Días después...

Me desperté a las 10 de la mañana con el móvil en el pecho y los ojos hinchados de tanto llorar. No había sido la noche más fácil de mi vida, eso estaba claro. Ni esa, ni las anteriores. Apenas había salido de mi habitación solo para comer y obligada por mi madre.
Me incorporé y me apoyé sobre el cabecero de la cama lamentando que todo lo que había pasado no era una pesadilla de la que acababa de despertar.
Esperé unos minutos hasta que tuve el valor de ir al baño para darme una ducha. Conecté el móvil al cargador y miré todos los mensajes pendientes que tenía.
Una conversación fue la que me llamó la atención en especial, la de Rubén. Volví a leer el mensaje, pero esta vez no habían lágrimas que derramar.

— Yo también te quiero — susurré a la pantalla del aparato.

Cuando salí de la ducha y me miré al espejo, vi reflejado todo el dolor en mi rostro y en mis ojos.

Joder, como dolía...

Me vestí y bajé a la cocina, por la hora que era esperaba que no hubiera nadie más que Danna.

— Hola, niña Alejandra, ¿le sirvo el desayuno? — Danna siempre decía mi nombre completo aunque sabía que no me gustaba, decía que era una forma de respeto hacia mi y mi familia, además hoy no estaba de humor para discutir con nadie.
— Solo un zumo de naranja, por favor. Voy a salir a correr — fue una decisión que tomé mientras estaba debajo del chorro de la ducha, lo vi una buena idea, correr hasta cansarme y no pensar era lo único que necesitaba.
— Eso es muy poco, señorita, tómese una fruta por lo menos — como he dicho, no me apetecía discutir, así que me tomé un zumo y una manzana, aunque realmente solo de di un par de bocados y la dejé sobre la encimera.
(Una puta manzana no iba a solucionar mis problemas del corazón)

Salí por la puerta con los auriculares puestos dispuesta a reventar si era necesario, pero sin dejar de correr. No estiré, no calenté, me lancé sobre la acera y comencé a trotar cada vez subiendo más la intensidad.
Hacía calor y eso no ayudaba, sentía nauseas y mareos, tenía que parar, pero era obvio que eso no era una opción, no una opción para ese día al menos.
Me adentré en un parque lleno de árboles y bancos, donde la gente se dedicaba a pasear a sus mascotas y mirar el estanque de patos que se encontraba en medio de este.

Corrí y corrí hasta que no pude más y acabé desplomada sobre el césped debajo de un árbol.
Tenía la respiración acelerada y la vista bastante nublada, me puse las manos en la cara mientras me bajaban las pulsaciones, pero seguía encontrándome mal.

Joder, iba a potar

Falsa alarma, no salió nada.

La música retumbaba en mi cabeza y me arranqué los auriculares de golpe lanzándolos sobre el césped (podrían haberse roto, pero aún podía escuchar la música a lo lejos)
Me abracé a las rodillas y me tambaleé mientras calmaba a mi estómago. (No me desmayé porque no era el día, pero os juro que sentía que en cualquier momento iba a perder el conocimiento, obviamente el calor de Murcia no ayudaba)

— No parece que te hayan hecho nada grave, siempre puedes pasar a la siguiente canción — dijo una voz grave cerca de mi. Levanté la mirada pero apenas podía ver, todavía no había recuperado la visión y el sol por detrás de esa persona misteriosa no ayudaba. No respondí. — Oye, ¿te encuentras bien? Te he visto lanzarte sobre el césped de una manera poco natural. — Dijo esa persona poniendo una mano en mi hombro.
— Estoy bien, gracias, no necesito tu ayuda — solté en un tono cortante.
— No lo parece — se sentó enfrente de mi y me observó lo que parecieron horas.
— No es necesario que te quedes ahí mirándome — dije descubriendo por fin el rostro del hombre misterioso. Era muy guapo, con la mandíbula marcada y con una barba de al menos dos días. Sus ojos marrones y sus pestañas largas me miraban con compasión y ternura, mezclada con preocupación.

Todos los caminos que elegíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora