Capítulo 17.

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El tiempo lo cura todo...

El día pasó sin más, después de nuestro encuentro en mí despacho, no vi a Alberto en todo el día, aunque estaba en su oficina, podía oírle hablar por teléfono de vez en cuando. Estaba deseando recoger mis cosas y salir pitando a la casa de mi abuela, quería verla e irme de compras con ella, tenía que pensar en como iba a decorar unas oficinas para que pareciera la feria de Sevilla. Les mandé un mensaje a mis amigos para quedar con ellos también e ir los 4 a elegir la decoración. No iba a ser una tarea fácil.

Un mensaje saltó en la pantalla del ordenador mientras revisaba unos contratos que me había enviado María.

"Hermanita, estoy en la oficina, he llegado hace rato, pero tenía llamadas pendientes, ven cuando puedas"

No tenía nada mejor que hacer, así que cogí mi móvil y salí de mi despacho dirección despacho de mi hermana. Cuando pasaba por la puerta de Alberto, salió, el corazón se me aceleró a mil por hora, dirigió su mirada vacía hacia mi, pero no más de 1 segundo, que fue lo que tardó en hacer como si yo no estuviera ahí, como si fuera un mueble estorbando en medio del pasillo.
No iba a decirle nada, pero ya me había humillado en el despacho buscando una reconciliación carnal (¿qué más da un poco más?)

— Hola, Alberto — no obtuve respuesta, pero eso ya me lo imaginaba. — Ya se que estás pasando de mi, haciendo como que no me ves y no me oyes, pero para tu desgracia si puedes hacerlo. — Siguió andando y paró en la puerta de los baños, pensaba que se iba a girar para decir algo, pero simplemente sacó su móvil y se puso a atender una llamada. Se metió al baño y, como yo no le temía a nada, entré detrás de él, no era un baño muy concurrido, pues solo era de los informáticos y nuestro, la probabilidad de que hubiera alguien era baja, aunque nos podrían haber pillado. A Alberto se le hubiera caído el pelo.
No se percató de mi presencia hasta que se apoyó en el lavabo y me vio a través del cristal.

Joder, me cago en la puta, que susto ¿qué coño haces aquí?
— Ah, pero... ¿este no es el baño de las chicas?
— Por favor, no te hagas la tonta conmigo, ¿por qué mejor no te vas? Alguien podría entrar y verte aquí.
— Puedo inventarme algo.
— Pues que sea más creíble que decir que te has equivocado, porque el cartel enorme que hay en la puerta delataría tu poca capacidad de inventarte excusas, aunque según en qué aspectos, claro — segundo hachazo.
— Vale, solo quería hablar contigo.
— No se que parte de "no quiero hablar contigo" no has entendido.
— Ninguna, no he entendido ninguna. — Me apreté el puente de la nariz. — Joder, Alberto, solo quiero solucionar las cosas entre nosotros, que seamos amigos, al menos — dije bajando el tono según terminaba la frase.
— ¿Sabes qué? Vete a la mierda — sabía que lo de ser amigos no le iba a gustar mucho, pero tenía que intentarlo, no quería perderle.
— Solo lo digo porque no quiero perderte, por favor...
— Amigos... es que es hasta gracioso, ayer te estaba follando y ahora quieres ser mi amiga, ¿no es de chiste? — soltó una carcajada sarcástica. Iba a decir algo, pero me interrumpió. — Yo, jamás voy a ser tu amigo, ¿te queda claro?
— Clarísimo — estaba triste, mi plan había sido un fracaso.
— Pues ahora, si no te importa, quiero mear tranquilo — dijo señalando la puerta para que saliera.

Llegué a la oficina de mi hermana, tenía la luz roja enchufada, pero no me importó, entré y me hizo un gesto para que no hablara.

— Sí, sí. Correcto, vale pues quedamos en eso, llámame en cuanto tengas todo, gracias.
— Que profesional, hermanita.
— A veces te apetece mandar a la mierda a alguien, pero no puedes y te toca hablarle así.
— Me imagino, bueno, ¿para qué querías verme?
— Pues para saber como estabas, como anoche no pasaste por casa, seguramente te quedaste en tu piso nuevo, no pudimos hablar.
— Sí, por cierto, no te lo había dicho, gracias por lo del piso, se que fue idea tuya de que me lo quedara yo.
— Ese piso no podía ser de nadie más, tu lo has reformado, tu lo has limpiado y tu lo has cuidado, no sería justo que me lo quedara yo, por ejemplo.
— Aún así, gracias.
— Bueno, cuéntame que tal tu primer día, ¿qué tal con Alberto?
— Bien, supongo, se ha portado muy bien conmigo, me ayudó en todo, la verdad, muy contenta con mi primer día — ni de coña pensaba contarle que acabamos en la cama y mucho menos contarle que ahora ni nos hablábamos.
— Me alegro mucho, de todas formas va a estar toda la semana contigo, pregúntale todas las dudas que tengas.
— Eso haré, no te preocupes — como no le mandara la pregunta por señal de humo... estaba complicado. — Y tú, ¿qué tal lo del terreno?
— Pues bueno... — la cara que puso no me gustó nada. — Creo que a Iván no le ha gustado mucho la idea. — Se pasó las manos por el pelo.
— Pero, ¿por qué?
— Cuando le he llamado para contarle que tenía el terreno, solo me ha puesto excusas de mierda, quejas... no sé, le he colgado de mala manera, no podía seguir escuchándolo.
— Pero, no lo entiendo, creía que teníais claro que os queríais venir aquí a vivir.
— Y lo teníamos, pero la realidad es otra, él sabe que yo tengo que estar aquí por la empresa, no me puedo mudar a mil kilómetros de distancia, pero cuando ha visto que va en serio lo de mudarse, pues se ha cagado.
— Lo siento mucho, hermanita — me levanté y le abracé. Ella todavía seguía sentada.
— No soporto que esto se haya torcido tanto — dijo con el llanto en la garganta. — Sabía que la distancia al final nos jodería la relación.
— No digas eso, no se va a romper la relación por eso, tenéis que hablar las cosas y solucionarlo — me miró como si estuviera diciendo la mayor tontería del mundo. — No me mires así, sois una pareja, lo normal es hablar las cosas.
— Con Iván no se puede hablar, es muy cabezón — (claro, tu no eres cabezona) Puse los ojos en blanco. No quería ser cruel, pero me lo estaba poniendo difícil, aún así decidí callar.
— Haz una cosa, llámale, habláis tranquilamente las cosas, como dos adultos, sin peleas y sin mierdas. Ya en caso de que no lleguéis a un acuerdo ya tomáis la decisión que tengáis que tomar. Ni más ni menos.
— ¿Cuándo has crecido tanto? — se levanto y me espachurró entre sus brazos.
— Prométeme que lo harás, venga.
— Lo prometo — dijo levantando la mano.

La dejé hablando con Iván y yo volví a mi realidad, en mi despacho me esperaban esas cuatro paredes que me recordaban todo el rato que Alberto estaba haciendo todos los esfuerzos posibles por odiarme (solo espero que no sea capaz de completar ese trance, Alberto no puede odiarme, no podíamos quedarnos con la duda)

Cuando ya se hizo la hora de la salida, cogí mis cosas, salí corriendo esperando no encontrarme a cierta persona en el camino. De todas las cosas que pensé sola en mi despacho, una de ellas fue que ya era hora de pasar de Alberto, no más agobios, no más mensajes. Hacer lo que mucha gente cree que funciona, dejar que el tiempo lo cure.
(¿Podré seguir mi propio plan? Quizás no y este sea el peor plan del mundo, quizás con esto consiga alejar a Alberto mucho más, pero lo único que podía hacer era intentarlo. Siempre he oído la frase; "el que no arriesga no gana". Pues esperaba ganar)

Todos los caminos que elegíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora