Capítulo 22

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Alex.

Quise ir a hablar con Alberto, pero decidí dejarlo solo, algo le había pasado y no parecía bueno. Este señor de mediana edad que estaba delante de mi, se parecía mucho a él, había dicho papá, pero no entendí muy bien porque le habló así, aunque se me vinieron muchas teorías a la cabeza. (No se hablaban, le había hecho algo, tenía otra familia... algo había)

No tenía ni idea, pero no pensaba quedarme con la duda y antes de que se marchara decidí hablar con él.
— Hola, soy Alex — le tendí la mano.

— Hola, Antonio, el padre de Alberto y de Lorena.

— Lo siento mucho por como se ha puesto Alberto, nunca me habló de usted.

— Es normal, para él estoy muerto — su cara cambió por completo al terminar la frase.

— Lo siento — algo tenía claro, Antonio le había hecho algo a sus hijos que era imperdonable y de ahí la reacción de Alberto.

Antonio se sentó en la silla con las manos en la cara y los codos apoyados sobre los muslos. Sí, estaba llorando, pero ¿eran sus lágrimas de verdad o solo fingía para dar pena?

Me senté a su lado e intenté hablar con él.

— Me odian y con razón — me miró, pero no supe que decir, no tenía mucha información. Se levantó de golpe y se quedó mirando el fondo del pasillo, seguramente pensó e ir a ver su nieta. — Me tengo que ir. — Sin despedirse se alejó dando zancadas.

Busqué a Alberto por todas partes hasta que lo vi en la calle sentado en uno de los bordillos. Estaba mirando a la nada, estaba como perdido. Me senté a su lado sin decir nada, no quería presionarle.

— Nos abandonó cuando yo tenía 9 años — dijo aún con la mirada en el horizonte. — Nos dejó en la ruina y se largó, mi madre tuvo que buscarse otro trabajo, porque con el suyo no era suficiente para sacarnos adelante y apenas pasaba por casa. -- Hizo una pausa para coger aire, estaba claro que contar eso no era fácil para él. -- Éramos unos putos críos y no podíamos hacer nada, mi hermana tenía 17 años y se tuvo que poner a trabajar mientras estudiaba la carrera, apenas podía llevar las dos cosas, solo lo hacía para que mi madre no tuviera que trabajar doble hasta que conoció a mi cuñado, nos ayudó muchísimo, sobre todo a ella que pudo estudiar, prácticamente la obligó a dejarse el trabajo para que pudiera terminar medicina.

— Eso fue un detalle por su parte— dije yo.

— Sí, lo fue, porque él empezó a darle dinero a mi madre para comer y pagar las facturas, al principio no quiso cogerle el dinero, pero después entendió que el orgullo a veces hay que tragárselo, sobre todo cuando tienes un hijo pequeño, en ese caso yo, que no podía trabajar y tenía que seguir yendo al colegio — hizo una pausa. — Me sentí muy mal cuando me empecé a dar cuenta de las cosas, me sentí un estorbo, aunque ellas nunca me hicieron sentir así, sino por la situación, además de que siempre me eché la culpa de todo. 

— No digas eso, ¿de qué ibas a tener tu la culpa? Solo tenías 9 años.

— No lo sé, pero así me sentía -- me miró, tenía los ojos llenos de lágrimas (ojalá haber podido quitarle todo ese dolor)

— Un niño de 9 años no podía ser el culpable de nada, deja de pensar eso — estiré mi brazo y le abracé, apoyó su cabeza en mis piernas y acaricié su pelo. 

— Ahora querrá venir a exigir sus derechos de abuelo, no fue padre y tampoco será abuelo, eso te lo juro.

— Alberto, tu hermana no te puede ver así o se dará cuenta que algo te pasa, ahora te necesita bien — le di un beso en la mejilla y se incorporó.

— Ya lo sé y tienes razón — me miró a los ojos. — Por favor, no se pueden enterar que él ha estado aquí, por favor, Alex.

— Tranquilo, no les voy a decir nada, pero tampoco se lo puedes ocultar, porque seguro que volverá.

— No sé como voy a controlar eso, pero ese señor, por llamarlo de alguna manera, no puede volver —se puso nervioso y se levantó de golpe, me acerqué a él para tranquilizarle. Le cogí por las manos y se las acaricié.

— Cariño, tranquilo, ¿vale? Estoy aquí contigo — nos miramos a los ojos. Acercó su frente hasta quedar pegada a la mía. Le rodeé el cuello con mis brazos. — ¿Estás preparado para entrar?

— Sí, estoy mejor — subimos a la habitación donde ya estaba Lorena con la pequeña Sofía, todo había ido bien, tuvo un buen parto y la pequeña salió sin problemas.

Miré a la madre de Alberto, Carmen, que parecía estar agotada, al final estuvo todas las horas de parto con su hija, no quiso pasarle el relevo a nadie, no parecía fiarse de nosotros.

Alberto se acercó a su hermana y le dio un beso en la frente, también parecía agotada, tenía a su hija en brazos tomando pecho, pero nos dejó verla. Era una cosita pequeña preciosa, estaba llena de sangre, pero aún así estaba preciosa.


— Es preciosa — le dijo Alberto.

— Sí, pero ahora tenemos que descansar — dijo su madre con tono bastante borde. — Yo te avisaré para que puedas venir a verla. — Dijo dirigiéndose solamente a Alberto, claro.

Por algún motivo, su madre me odiaba, no eran los nervios del parto, como me dijo Alberto, tenía mucha curiosidad por saber sus razones, cuando apenas me conocía.


Llegamos a mi piso sin apenas hablar por el camino, no paraba de pensar en la posibilidad de que la madre de Alberto me odiara de verdad, seguramente existía una razón, pero ¿cuál? Solo me había visto una vez y no sabía nada de mi vida, joder, era algo que nunca me había pasado y me estaba torturando.

— Estás muy callada, ¿te pasa algo? — dijo sacándome de mis pensamientos.

— No, nada, tranquilo -- le sonreí para que se relajara.

— Estas muy rara desde que hemos salido del hospital, dime que te pasa, por favor — me llevó al sofá. — Tu madre me odia y no se porqué, pero me odia.

— No te odia, solo está un poco tensa por lo de mi hermana, nada más.

— Alberto, por favor, no intentes quitarle importancia, me odia y se que te has dado cuenta.— No te puede odiar, apenas te conoce, bueno, no te conoce.

— Por eso mismo, ¿le hablaste de mi alguna vez?

— No, nunca. Solo me vio mal, pero nunca supo porque ni por quien.— Entonces no puedo entender sus razones, lo siento, pero así no puedo ir a tu casa, me siento incómoda, como me mira, como me habla... es como si yo le hubiera hecho algo imperdonable.

— Lo entiendo perfectamente, pero quiero que sepas que pienso solucionar esto, hablaré con ella, te lo prometo -- dijo cogiéndome la cara.

— Gracias, cariño — le di un leve beso en los labios.

Nos tumbamos abrazados en sofá mientras mi cabeza seguía dándole vueltas a la situación con la madre de Alberto.

¿Por qué una persona que no me conocía de nada me odiaría de esa manera? Me estaba empezando a sentir mal por eso, porque tampoco quería que eso afectara a mi relación con Alberto, llevarse mal con la suegra era algo que no entraba en mis planes, no al menos sin conocernos.

Todos los caminos que elegíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora