Capítulo 11.

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Un brindis por esas amistades...

Sonó el despertador y lo apagué de mala manera, estaba decidida a empezar el gimnasio, tenía que volver para coger músculo y adelgazar todo lo que había engordado estos meses que había estado sin ir. Me puse la ropa deportiva, cogí mis cosas y me dirigí al gimnasio del edificio, era bastante completo, tenía muchas máquinas para trabajar diferentes músculos y al ser la propietaria del piso tenía vía libre para usar las instalaciones sin problema.
No me sorprendió bajar y no ver a nadie, el día no pintaba bien, era muy temprano y ya hacía un calor asfixiante, por suerte en el gimnasio estaba el aire puesto y pude entrenar sin morir en el intento. (Odiaba el calor, solo merecía la pena cuando era pequeña y tenía vacaciones, una niña feliz con sus padres, de viaje... cuando nos hicimos mayores dejamos de hacer viajes tan a menudo y eso me dolía, y mucho)

Los últimos minutos en la maquina de correr se me estaban haciendo eternos, tanto tiempo sin correr me estaba pasando factura. Eran más de las 10, se me había pegado un poco el tiempo, seguramente Alberto estaba a punto de venir y yo estaba completamente empapada en sudor. A esa hora ya había calculado estar duchada y con el bikini puesto esperando a este chico misterioso. (Pero ahora estaría sudada y despeinada, una pinta de lo más excitante)

El sonido de mi móvil retumbó por toda la sala vacía.
Lo tenía puesto con bastante sonido para escucharlo en caso de que Alberto me llamara.

Alberto;
"Estoy en la puerta de tu edifico, tu portero dice que no puedo entrar si no das permiso, pero que no contestas el telefonillo"

Yo;
"Lo siento, voy para allá"

Salí corriendo de la sala directa a la puerta, en la entrada estaba Alberto con el portero esperándome.

— Lo siento, se me ha hecho tarde en el gimnasio. Déjale pasar, Ramón, es un amigo.
— ¿Quiere que le haga una acreditación para que pueda entrar cuando quiera?
— No hace falta — respondió Alberto. — Quizás más adelante. — ¿Eso me dolió? Puede que un poco.

Nos dirigimos al ascensor en silencio y después de esa contestación a Ramón, no sabía que decir, fue bastante raro, ¿qué intenciones tenía entonces? ¿No quería volver? Joder.

— He dicho que no por ti — dijo rompiendo el silencio.
— ¿Por mi? — encogí los hombros. No sabía a que se estaba refiriendo.
— Solo me conoces de dos días, no estaba seguro de que quisieras que tuviera una acreditación para entrar cuando quisiera — aclaró. Ahora lo entendía, sabía que era un extraño, hizo lo que no haría cualquiera. (Estaba claro que él no era cualquiera)
— Da igual, te la puede dar hoy y cuando salgas por la puerta anularla si se lo pido.
— Eso no lo sabía, pero lo he hecho por si no te sentías cómoda — me habían quedado claras sus intenciones (de momento no eran malas, solo de momento o esa era la impresión que quería dar). — En caso de que esta amistad fluya, me puedes dar ese pase. — Dijo guiñando un ojo. Sonreí como un tonta, es lo único que pude hacer en ese momento.

Subimos por el ascensor a mi casa, me miré en el espejo y tenía unas pintas horribles. Aún tenía la cara roja y el pelo hecho un desastre. (No funcionó que me pasara las manos por el pelo para agachar los pelos rebeldes que estaba en punta, es más creo que eso lo empeoró bastante)

— Pensaba que terminaría antes del gimnasio, lo siento — estaba nerviosa por su presencia pero, ¿por qué?
— Tranquila, no tienes que disculparte — dijo sonriendo. (Fue incómodo como me miraba mientras se reía, seguramente era por lo fea que estaba, seguro...)

Cuando entramos al piso se quedó embobado mirando toda la decoración.

— ¿Te gusta? — pregunté mientras sacaba las cosas del macuto.
— Es increíble — dijo acercándose a la ventana. — Menudas vistas al campo de golf.
— Es lo mejor de este piso y todo decorado por mi. Ese mueble lo restauré yo — dije señalando la cómoda que había en una esquina del salón.
— ¿De verdad? Parece nueva, recién sacada de una tienda de muebles.
— De verdad, la compré en una tienda de segunda mano, tenía potencial y decidí darle una segunda vida.
Joder, pues se te da muy bien — dijo pasando la manos por el mueble.
— De pequeña siempre restauraba cosas con mi abuela, ella me enseñó, nunca me atreví a nada tan grande, siempre restauraba cosas pequeñas — se quedó analizando la cómoda sin decir nada. — Voy a la ducha, necesito quitarme el sudor y ya nos bajamos a la piscina. Ponte cómodo.

Todos los caminos que elegíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora