15.

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Con una urgencia que creo no haber experimentado nunca, desciendo esas escaleras a toda prisa con el corazón prácticamente desbocado. En la lejanía se siguen escuchando pasos apresurados y el ruido ensordecedor de la alarma que augura una amenaza mortal. En mi precipitada bajada a lo que parecen las catacumbas de París, percibo una voz vociferando maldiciones demasiado cerca de mí.

—¡Mierda! ¡Alguien ha entrado en el Subsuelo! — Grita desde el piso de arriba, comenzando a perseguirme

Acelero mi zancada con un nuevo miedo sumándose a la lista de los previos. A este paso mi músculo cardíaco está a punto de dejar de funcionar y la cabeza me da tantas vueltas que apenas noto cuando los escalones bajo mis pies se convierten en suelo liso. Corro por un pasillo estrecho casi sin luz hasta toparme con la imagen más bizarra que he visto en toda mi vida.

Ante mí se despliega una gran sala con diferentes mostradores, rodeados de pequeños cristales y líquidos desparramados por el piso. Los fluorescentes del techo están reventados, por lo que la habitación yace en una oscuridad penetrante. Sin embargo, esto no evita que se aprecien los cuerpos inertes que descansan en posiciones inhumanas sobre las baldosas. Ahogo un grito de horror, caminando hacia atrás y dejándome caer sobre la pared más cercana temblando de pavor mientras observo el cementerio que tengo delante. Habrá al menos una docena de hombres, todos ellos con un arma al lado y un chaleco que, conjeturo, será antibalas. Cada uno de ellos presenta heridas distintas. Distingo en la negrura como la cara de uno es decorada por dos círculos rojos, agujeros donde antes debían ir sus ojos. Sin poder contenerlo más, comienzo a llorar, en un revoltijo de emociones dispares, entre la urgencia de salir corriendo y la necesidad de detenerme para procesar todo lo que ha pasado en tan poco rato. Pero esta última deja de ser factible cuando los pasos de mis perseguidores están tan cerca que soy capaz de escuchar sus respiraciones entrecortadas.

Me apresuro en recomponerme, con un potente latido situado en el lateral de la cabeza que me mantiene alerta. Consigo divisar el último mostrador de todos y decido esconderme tras él. Me mantengo a gatas al lado de un cadáver cuyos ojos permanecen abiertos, pero carentes de brillo alguno. Me mira con una mueca contraída, podría decir que triste. Contengo la respiración en el momento que la persona entra en la sala. Escucho su expresión de horror al contemplar el panorama que me recibió a mi antes. Sin atreverse a dar un paso más, sale corriendo escaleras arriba y su presencia se pierde de una vez por todas. Suspiro, pasándome ambas manos por el pelo en un intento desesperado por no perder la cordura.

Pasan unos minutos y permanezco allí sentada, tras el mostrador. El poco tiempo que pasa se me antojan horas, y cuando decido por fin levantarme, el hombre que creía inerte balbucea unas palabras que me sobresaltan por completo. Me giro hacia él con los ojos cómo platos, incapaz de reaccionar ante el estupor.

—¿Estás vivo?— Pregunto estúpidamente, viendo como el contrario lucha por absorber un poco de aire. Misión imposible para alguien que ya ha hecho un pacto con la muerte.

Observo como alarga un brazo y de manera ingenua e inocente pienso que trata de alcanzarme en busca de ayuda, por lo que me acerco un poco. Más cuando ya solo nos separan unos centímetros, agarra su arma haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedan y la apunta hacia mí, apretando el gatillo para luego caer en el regazo de la parca.

Los segundos que transcurren son un batiburrillo de secuencias sin sentido. Apenas tengo tiempo para pensar en mi futuro inminente y en cómo mi vida está apunto de acabar. Por acto reflejo cierro los ojos, pero no chillo. No porque no quiera, sino porque un terror genuino me arrebata las palabras. Pero el momento en que la bala debería atravesar mi pecho nunca llega. En su lugar, unos brazos me agarran con fuerza y en un parpadeo estamos en otro lugar.

DeconstructedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora