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Me agarro a los bordes del viejo sofá que me ha servido como refugio de miradas indiscretas, crispando los dedos fuertemente sobre la tela. La discusión entre los hermanos se va a intensificando a medida que el quinto suelta pullas sarcásticas a quien corra la mala suerte de interponerse en su camino. Por lo visto, en esta familia la libertad de expresión no está bien vista.

-¡Estoy harto de salvar el mundo, Five!- Salta el séptimo, en un tono quejumbroso que solo me hace empatizar con él- Por mi como si arde en llamas.

Observo como se dispone a irse y como los demás le ladran reclamaciones, como si fueran una jauría de perros salvajes.

-¡Viktor! ¡No seas gilipollas y vuelve aquí!- Escupe el segundo mientras da vueltas por el pequeño salón.

El estado de ánimo parece decaer en cuanto el susodicho cruza el umbral de la puerta y cierra de un portazo. Varios cuadros tamborilean con el marco la pared y una taza en la mesilla central amenaza con derramar su contenido cuando, nuevamente, el que parece más joven comienza a hablar:

-Tiene que haber alguna forma... Algún motivo por el que no podemos escapar de la catástrofe. Un motivo sustanciado por un móvil.

Dando una zancada tan amplia como puede, se acerca al sofá que me hace de escondite y se deja caer sobre la pila de cojines que lo decoran. Está demasiado cerca como para poder estar tranquila. Tan despacio como mi reciente nerviosismo me lo permite, alcanzo la libreta que había dejado en el suelo y saco una vieja pluma entintada de mi bolsillo para garabatear en una hoja las últimas palabras que había pronunciado el "menor" (Por describirlo de alguna manera) de los hermanos. Pero algo repentino detiene mis anotaciones. Un silencio súbito y antinatural se hace con toda la sala. Algo en mi cabeza me grita:

"Corre"

Pero antes de que pueda siquiera reaccionar, el sofá que me cubre sale volando por los aires en un latido, haciendo que caiga de culo contra el suelo y mi querida libreta se me caiga de las manos hacia dios sabe donde. El impacto me conmociona y mi instinto salta más rápido de lo que mi cerebro trata de procesar la situación, así que me levanto a toda prisa y torpemente trato de llegar a la salida.

-¿Y tú quién demonios eres?- Grita uno de los Hargreeves a mis espaldas.

Ya estoy agarrando el picaporte cuando unas robustas manos acaparan mi espacio personal y me sujetan contra un pecho que, percibo a través de la ropa, demasiado peludo. Ha de ser, bajo ninguna duda, el simio.

Comienzo a patalear histéricamente, pero es en vano, mi captor me sujeta con tanto ahínco que ya podría una bomba nuclear estallar que, aún así, creo con certeza, moriría entre sus grotescos brazos.

Me rindo al rato, permitiéndome fijar la vista en los rostros de los hermanos, que me miran entre extrañados y curiosos. Sobretodo el cuarto. Me observa como si yo fuera un cuadro abstracto y él un crítico de arte tratando de darme una valoración.

-No sabía que teníamos visita...- Suelta, acercándose unos pasos para inspeccionar- Hola.

Alza una mano y la zarandea en el aire a modo de saludo cordial. Aunque considero que la cordialidad la perdieron en el momento en el que me retuvieron en contra de mi voluntad.

-¿Quien eres y qué hacías ahí detrás?- Pregunta el quinto con suspicacia mientras se acerca cautelosamente.

Me rehuso a hablar. Sello mis labios en lo que reanudo el pataleo. Será lo máximo que conseguirán de mi...

-Estaba apuntando algo- Señala una mujer que no logro identificar, agachándose y ojeando mi cuaderno con indiscreción.

-¡Eso es privado!- Exclamo, por primera vez en toda la velada. Como era de preveer, la atención vuelve a recaer en mí- Es decir... Devolvédmelo.

La mujer (que juraría que tiene rasgos indios) sonríe ladinamente sosteniendo mi pertenencia con aire burlesco. Lee detenidamente las primeras páginas bajo la expectativa de todos los demás hasta que el hermano de los cuchillos rompe el silencio.

-Seguro que es un espía de papá...- Se planta frente a mí empuñando una de sus armas con maestría.

-Diego, deja tus desvaríos para otro momento- Comenta el quinto, demasiado cerca de mi cara para mi gusto- ¿Quién demonios eres?

-Aquí dice que se llama Antrim- Apunta la roba cuadernos exhibiendo la portada de mis notas- Antrim Bonneville.

Mascullo una maldición entre dientes al escuchar como mi identidad sale a la luz. Un nuevo interés ilumina la cara del que previamente había preguntado.

-¿Y cuál era tu propósito aquí, Antrim Bonneville?- Saborea cada letra de mi nombre, como si la sonoridad del mismo le diera un placer descomunal.

Una vez más, me centro en mantener la boca cerrada, aunque de nada servirá si mi cuaderno sigue en manos de esa cotilla. Observo cómo sigue leyendo su contenido y me hierve la sangre.

-Tomar notas y guardar silencio- Digo al fin, para sorpresa de todos, pues decido que si alguien va a airear mis trapos sucios, es mejor adelantarme- Claramente he fallado en esto último.

Con un movimiento de cabeza, señalo al simio tras de mí, y por un segundo parece vacilar entre si soltar mi magullado cuerpo o seguir sosteniéndolo con violencia, pero termina decantándose por mantener su agarre. Bufo con exasperación.

-¿Por qué estabas espiandonos?- Retoma el interrogatorio el más bajo, aún invadiendo mi, ya inexistente, espacio personal.

-Yo creo que la pregunta aquí es, más bien, para quien trabaja- Interrumpe el moreno sin soltar su amado cuchillo y sin despegar su mirada acusatoria de mi cara.

Niego con la cabeza, en parte (una muy minúscula) divertida por la situación. La confusión gobierna sobre el rostro de todo el mundo. La mujer elegante se sienta y se agarra el puente de la nariz mientras que el de ojos rasgados pone una mueca de hastío, como si las circunstancias le aburriera. Los 4 hermanos restantes discuten brevemente el motivo de mi indeseada visita y, la cotilla, sigue leyendo el contenido de mis notas.

-Si me dejarais explicarme- Me hago escuchar entre el jaleo, por lo que ahora los 8 pares de ojos recaen en mi persona- Os haría saber que simplemente soy una joven periodista... Y, también, soy la hija de Sir Carabal Bonneville, científico especializado en los estudios de la física cuántica que, con sus cálculos, augura el final más trágico de los tiempos.

Por primera vez en lo que se me hace una eternidad, no se escucha ni una sola palabra en toda la sala. El silencio es abundante y está repleto de estupor. Viendo que nadie se va a dignar a hablar, prosigo:

-Entre sus hipótesis han aparecido los nombres de ciertos hermanos que comparten fecha de nacimiento, pero poco más, pues son de diferentes madres, países y etnias. Lo único que los une es el poder sobrehumano y sus capacidades especiales. Caraval... Mi padre, dice que vosotros podríais ser la clave de la salvación. Así que me mandó a mi, conocedor de mis habilidades detectivescas, para investigaros en estas últimas semanas que quedan antes del catástrofe ¡Y Dios sabe lo que me ha costado! No habéis interactuado entre vosotros hasta hace apenas dos días.

La mujer elegante se levanta en un parpadeo y se planta frente a mí apartando al quinto de un empellón.

-Corre el rumor...- Susurra cerca de mi oreja- Que te vas de aquí y olvidas todo lo que ha pasado.

DeconstructedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora