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(Pendiente de edición)

La noche pinta la ventana con destellos blancos. La única claridad que alumbra el escritorio de madera que tengo frente a mi es la que produce la luna tras un manto de nubes grises. Hace horas que perdí la noción del tiempo, enfrascada en letras que, agarrándose entre ellas, son confusas. No sé si es mi mente cansada, o mi cuerpo famélico rogándome por un descanso, pero mi cabeza no logra identificar ni una sola frase con sentido desde las últimas tres páginas. Lo cuál es exasperante, pues son las últimas que me quedan de las 100 que antes tenía por delante.

La carátula del informe cuelga del borde de la mesa con socarronería. Parece estar burlándose de mí y de mi precario estado. Aunque he logrado descifrar varias incógnitas sobre la catástrofe que se avecina, sigo sin saber cómo solucionarla y estoy casi segura de que la respuesta se halla en esas páginas que se me hacen tan difíciles de leer.

Mis pensamientos sólo han abarcado teorías cuánticas y no han dejado espacio para ninguna otra necesidad. Apenas siento las piernas de pasar tanto tiempo sentada. La última vez que me levanté para ir al baño fue hace un par de horas y estaba tan ensimismada que apenas me acuerdo de nada.

Agarro con decisión los papeles y exhalando un suspiro largo, me dispongo a continuar leyendo. Pero el familiar chirrido de la puerta abriéndose me sobresalta. Me giro en redondo para encarar al causante de mi poca concentración, apunto de desbordar toda mi ira contenida hacia él, pero me relajo al encontrarme con la figura de Viktor.

—¿Que haces aquí?— Pregunto, volviendo de nuevo a mis asuntos. Es como si después de haber pasado tanto tiempo aislada, hubiese perdido todas mis habilidades sociales... Las pocas que tenía de por si.

El chico vacila antes de contestar. No sé si es que no se atreve a acercarse o el aroma a cerrado lo mantiene en el sitio. El caso se reduce a que no se mueve ni dice nada. Me canso rápidamente de esperar, por lo que añado:

—Si no vas a decir nada, hubiera sido mejor que me dejases tranquila...—Escupo hastíada. Mis formas no son las más correctas. El deje molesto en mis palabras es notorio y, aunque hay una parte de mí que se siente mal tras descargar mi estrés sobre Viktor, decido ignorarla.

—Solo quería comprobar que estuvieses bien— Su voz es delicada, y la percibo como una suave melodía cuando se sienta en la cama contigua al escritorio. Contiene un matiz dulcemente preocupado—Llevas casi dos días aquí dentro sin dar señales de vida, Ann.

Me recuesto sobre la incómoda silla en la que llevo postrada más tiempo del que sería sano admitir. No me atrevo a encararlo, no ahora que debo estar hecha un completo desastre. Aprieto los puños sobre la madera carcomida antes de comenzar a hablar.

—Bien es una palabra que abarca muchas cosas— Fijo mi vista en un punto aleatorio a través de la ventana. Observo como las nubes cubren las estrellas, pero son incapaces de tapar la luna y su prominente luz. La imagen que regala se asemeja a la de unas garras arañando la superficie del astro, como si quisieran arrancarlo de su sitio— Si te soy sincera, dudo que alguna vez haya estado bien del todo...

El silencio nos envuelve por un breve segundo. Supongo que ante este repentino arrebato de sinceridad, no sabe que decir y no lo culpo. El pensamiento y las palabras fueron mías, e incluso yo no sabría que contestarme.

—Seguro que no es para tanto— Repone, restándole importancia. Una punzada extraña me atraviesa el pecho como una bala... No era la respuesta que esperaba— Todo se ve negro desde una perspectiva oscura.

Expulso una risa ácida frente a ese comentario cursi.

—Si tu lo dices...—No entra en mis planes rebatirle. No estoy en las condiciones más optimas para ello. Dejo descansar mi cabeza durante un rato en el que se me olvida casi por completo la existencia de las tres páginas restantes del documento—Dios, debo de tener un aspecto horrible.

DeconstructedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora