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El cansancio me pesaba como una piedra. A pesar de que hacía semanas que todo parecía estar en calma, algo en el ambiente me resultaba inquietante. Sunghoon, mi hermanastro, no salía tanto como antes. Sus hábitos habían cambiado, y aunque no quería creer que fuera por mí, la duda comenzaba a instalarse.

Mis piernas temblaban mientras me dirigía a mi taquilla, sosteniendo con torpeza los libros y la libreta. Mi cabeza palpitaba por el catarro que me acompañaba desde hace días, y el aire frío de los pasillos no hacía más que empeorar la congestión. Necesitaba centrarme, pero era imposible. Abrí la taquilla, esperando que el simple acto de recoger mis cosas me distrajera, pero entonces lo escuché. Un ruido fuerte, como si algo se hubiera estrellado violentamente contra la pared del vestíbulo. No quería ir, no quería involucrarme, pero mis piernas decidieron por mí.

Cuando llegué al lugar, mi corazón se aceleró. La escena ante mis ojos era desconcertante y abrumadora. Mikel, uno de los tipos más temidos y estúpidos de la universidad, estaba golpeando a Jay. Dos de sus amigos lo sujetaban, impidiéndole defenderse.

-¡Te dije que el dinero me lo darías hoy, Jay!-Mikel le gritaba, apretando su mandíbula con odio.

Jay, con la cara ensangrentada, apenas podía articular palabra. Sus labios estaban rotos y un hilo de sangre bajaba por su barbilla.

-Te dije que mi padre no puede más, Mikel...-Jay intentaba mantener la calma, pero el dolor era evidente-Creo que tienes suficiente dinero.

-¡Excusas!-gritó Mikel, sin soltar a Jay-No es por el dinero de tu padre, imbécil. Lo que te di era algo que tendrías que haber pagado hace tiempo, pero no lo hiciste.

Todo en mí gritaba que debía alejarme, que no era mi problema, pero mis piernas avanzaron sin pensar. ¿Por qué? No lo sabía, solo sentí una necesidad imperiosa de intervenir. Me acerqué, y mi voz, temblorosa pero firme, rompió el silencio tenso que se había instalado.

-Déjalo, Mikel.

Mikel se giró lentamente, su mirada cargada de sorpresa y diversión. Me estudió de pies a cabeza antes de soltar una carcajada.

-Mira quién viene a salvar al príncipe. La princesa...-dijo con una burla evidente-¿Dónde tienes la espada?

Mis manos temblaban, pero no de miedo, sino de rabia. Jay intentó levantarse del suelo, pero uno de los matones lo empujó de nuevo. Mi corazón latía con fuerza, pero algo en mí decidió no retroceder.

-Esto no tiene nada que ver conmigo ni con él. Si tienes algún problema, resuélvelo de otra forma. No es necesario que lo mates a golpes-dije, tratando de sonar más firme de lo que me sentía.

Mikel me miró fijamente, como si evaluara si valía la pena perder el tiempo conmigo. Finalmente, chasqueó la lengua y soltó a Jay, empujándolo con desprecio.

-Tienes suerte, Jay. Tu princesita te ha salvado, pero esto no ha terminado.

El grupo de Mikel se alejó, dejándonos en una extraña quietud. Me acerqué rápidamente a Jay, quien estaba respirando con dificultad, sus manos temblaban y su rostro era un desastre.

-¿Estás bien?-le pregunté con suavidad, inclinándome para ayudarle a levantarse.

Apenas había extendido la mano cuando sentí el dolor repentino de un golpe seco. Jay me había dado un tortazo en la mano, apartándola con brusquedad. Mi piel ardía por el impacto, pero más que eso, fue su expresión lo que me dejó helada. Sus ojos, antes llenos de cansancio, ahora estaban cargados de odio.

-No me toques-espetó con frialdad-Ya hiciste suficiente. Por tu culpa ahora todos van a pensar que soy una nenaza.

Mis labios se apretaron, sintiendo una mezcla de incredulidad y rabia. Había corrido el riesgo de intervenir para ayudarlo, y ahora me estaba tratando como si hubiera empeorado las cosas. Me armé de valor, conteniendo el nudo que se formaba en mi garganta.

WOULD YOU KISS MEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora