CAPITULO 54

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CALL

Había sido un día de mierda. Los planes para la construcción del nuevo centro psiquiátrico que quiero levantar están siendo saboteados, y tengo una idea bastante clara de quién podría estar detrás. A la hora del almuerzo invité a Kali, y mientras comíamos, noté que llevaba una cadena de oro blanco con un dije que parecía un pequeño frasco de cristal. En su interior, un líquido carmesí se movía como si estuviera vivo. La curiosidad me ganó.

—¿Qué es eso? —le pregunté, señalando el colgante—. ¿De dónde lo sacaste?

Su mirada se endureció, como si hubiera revelado algún secreto oscuro sin querer. Me observó con tal frialdad que por un segundo sentí como si una sombra helada me envolviera.

—Me lo diste tú, —respondió con una calma inquietante—. Después de follarme en el baño de la casa de mis padres.

Sus palabras me golpearon como una ráfaga helada. Parpadeé, tratando de encontrar algún recuerdo que cuadrara con su relato, pero no había nada. La miré, confundido, porque no solo no recordaba haberle dado ese regalo, sino que tampoco recordaba haberla follado. ¿Cómo podría haber olvidado algo así?

Me siento inquieto mientras vuelvo a mi ático. Cansado no es suficiente para describir lo que siento; estoy desgastado, mentalmente agotado. Mi padre ha vuelto a desaparecer, y mis informantes solo tienen teorías vagas: que está escondido en alguna casa de seguridad cuyo paradero se me escapa. Sospecho que hay piezas del tablero que aún no alcanzo a ver.

Mis pasos resuenan por el mármol blanco. Necesito un baño caliente, algo que disipe el peso en mis músculos y me devuelva un poco de paz. También, es claro que necesito regresar a terapia. Los episodios han vuelto. Lo que Kali me contó no tiene otro sentido: hay momentos que simplemente no recuerdo. Vacíos oscuros en mi mente que parecen expandirse.

Tiro las llaves sobre la isla de la cocina con un gesto automático, pero algo detiene mi rutina. El ambiente ha cambiado, se siente cargado, como si el aire fuera más denso, impregnado de malicia. Mis sentidos se agudizan de inmediato. Un escalofrío me recorre la espalda, y mi columna se endereza como un resorte al reconocer esa sensación. No estoy solo.

El torrente de adrenalina inunda mis venas, como una sacudida de energía pura que despierta cada fibra de mi ser. Mis labios se curvan en una sonrisa involuntaria, casi de satisfacción.

—Así que estás aquí —murmuro, con la voz baja pero firme—. Por fin has venido a dar la cara. ¿Tanto miedo tenías de enfrentarte a mí?

La presencia se siente en cada rincón de la habitación, oscura, pesada, amenazante. Siempre ha sido así: él rara vez se muestra, prefiere hablar desde las sombras, mantener su distancia. Pero ahora... algo es diferente. El peligro es inminente.

Una risa baja y burlona llena el aire.

—¿Me estabas esperando?

Su voz me eriza la piel. Ha regresado, y sé que su llegada siempre significa una cosa: algo malo está a punto de suceder. Pero en lugar de ceder al miedo, dejo escapar una carcajada. Antes le temía, susurros en la oscuridad que me helaban la sangre. Pero ya no. Con el tiempo, me acostumbré a sentirlo, a oírlo en cada rincón de mi mente. Ahora su presencia me provoca un retorcido sentido de familiaridad.

Miro por encima de mi hombro, y ahí está. Vestido como siempre: pantalones cargo negros, jersey oscuro, botas de combate. Su cabello rojizo, igual al mío, desordenado, como si hubiera pasado horas con los dedos enredados en él, algo que hace constantemente. Somos iguales, y a la vez, opuestos. Sus ojos, idénticos a los míos, son fríos, como el hielo endurecido de una tormenta que nunca termina, mientras los míos aún conservan un calor que me aferro a mantener. Él es lo que yo he rechazado ser. Es lo que he estado huyendo durante años.

THE PRINCESS OF THE DEATHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora