CAPITULO 63

267 26 60
                                    


KALI

El pitido constante perfora mis oídos como si quisiera incrustarse en mi cabeza. El olor estéril de los desinfectantes inunda mis fosas nasales, y mi cuerpo reposa sobre una superficie que debería sentirse cómoda, pero no lo es. Un peso presiona mi pecho, mientras una mano, cálida y firme, sostiene la mía. Intento moverme, pero el dolor que sigue cada movimiento es tan agudo que apenas puedo reprimir un gemido.

Los recuerdos caen sobre mí con la fuerza de una ola: el secuestro, el sacrificio que Call estaba dispuesto a hacer, el disparo, el desespero en los ojos de mi padre. Todo pasa frente a mis ojos en una secuencia rápida y dolorosa, como si estuviera reviviendo un sueño febril. Abro los ojos de golpe.

—¡Ey! —una voz grave, rota por el cansancio, me devuelve a la realidad—. Todo está bien. Estás a salvo.

Mi visión es borrosa al principio, pero la figura que se materializa frente a mí es inconfundible. Call. Su cabello, usualmente rebelde, está aún más revuelto, como si hubiera pasado una y otra vez las manos por él. Sus ojos verdes me observan, llenos de una calidez familiar. No es el Call distante y feroz que he visto antes, es el Call que conozco, el que me brinda paz y tranquilidad. El hombre que siempre he amado, aunque jamás me atreví a decirlo en voz alta.

—¿Dónde estamos? —pregunto con la voz áspera, apenas audible.

Call suspira, su rostro parece agotado, como si llevara el peso del mundo sobre sus hombros y no supiera cómo descargarlo.

—En un hospital —responde con una tristeza que me oprime el pecho—. Tu tío... está en cirugía. A ti ya te curaron.

Me toma unos segundos procesar lo que me dice. Observo su rostro lleno de magulladuras, pero él parece indiferente a su propio dolor. Está limpio, duchado, vestido con un pantalón oscuro y una camisa polo verde, que resalta el intenso color de sus ojos. Sin embargo, hay algo diferente en él, una sombra de vulnerabilidad que antes no había visto.

—¿Así que...? —susurro, sabiendo lo que voy a decir, pero necesitando que él lo confirme—. Yo nunca fui la cazadora aquí.

Call baja la mirada. Un sonrojo tímido tiñe sus mejillas, algo que jamás imaginé ver en él. Cuando nuestros ojos se encuentran, veo algo que me desarma: culpa, miedo, autodesprecio.

—Lo siento... —murmura, y su voz tiembla—. Nunca quise hacerte daño. —Toma mis manos entre las suyas, su tacto es cálido, pero su agarre está lleno de desesperación—. Mi pequeña diabla... yo jamás podría lastimarte. Antes me arrancaría las manos.

Sus palabras son como un puñal en mi corazón, no por el dolor, sino por la devoción absoluta que veo en sus ojos. Me lo demostró en aquella bodega, cuando estuvo dispuesto a dar su vida por mí. Pero hay una oscuridad en él, una que sigue impidiéndole aceptar que vale más de lo que cree.

—¿Por qué no acercarte a mí antes? —pregunto, mi curiosidad mezclada con confusión. Siempre lo sentí cerca, pero a la vez tan distante, inalcanzable.

Call sonríe, pero es una sonrisa triste, cargada de un dolor profundo que no sé si podré llegar a comprender del todo. Sus ojos viajan a nuestras manos entrelazadas, como si encontrara en ese contacto una ancla que lo mantiene unido a esta realidad.

—¿Me has visto? —su voz es apenas un susurro—. Estoy... enfermo. No valgo nada. ¿Cómo podría una mujer como tú fijarse en alguien como yo?

Frunzo el ceño. No me gusta cómo se habla a sí mismo, como si fuera un ser roto, irreparable. Pero antes de que pueda decir algo, él sacude la cabeza con amargura.

THE PRINCESS OF THE DEATHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora