CAPITULO 56

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KALI

Call toma uno de los cuchillos que está tirado en el piso. Alrededor, el caos es absoluto: gritos ensordecedores, órdenes lanzadas al aire, disparos que resuenan como truenos en las paredes del restaurante. El eco es casi irreal, pero mi enfoque está clavado en el hombre a mi lado. Call. Su aspecto desaliñado, con la camisa blanca de vestir ahora enrollada hasta los codos, es un contraste con el refinado hombre que solía ser. En algún momento perdió el chaleco, pero eso ya no importa.

—¿Lista? —me pregunta con una sonrisa que roza lo juguetón, aunque en sus ojos brilla una intensidad peligrosa. El hombre calculador ha desaparecido. Lo que queda es pura ferocidad.

—Leoncillo —murmuro con una sonrisa mientras alzo el arma, alineándola con mi rostro—. Nací lista.

Su sonrisa se ensancha, una chispa de admiración arde en sus ojos.

—Eres la experta aquí —su tono tiene devoción—. Guíanos.

Asiento brevemente, mis ojos recorren el caos que nos rodea. Indico que bordeemos la mesa. Call, con una destreza y agilidad que siempre me ha sorprendido, se mueve como una sombra. Lo he visto pelear antes, derribar enemigos en segundos. La primera vez fue cuando intentaron secuestrarlo; se deshizo de sus captores como si fueran muñecos de trapo. La segunda vez, luchó con Mattia, una batalla feroz que terminó en empate. Ambos eran pura técnica.

Call sigue mis indicaciones y no pierdo detalle de sus movimientos. Son precisos, cada ataque es calculado al milímetro. Esquiva un golpe y, en un solo movimiento fluido, corta el cuello de su oponente. Me recuerda mucho a las técnicas que usa mi padre, esquiva y luego ataca. No hay vacilación. Su rostro se salpica con sangre, y sus manos se mueven con la letalidad de un depredador en su apogeo. Está en trance, una fuerza imparable. Los hombres caen ante él como hojas en otoño, sus camisas teñidas en carmesí.

Pero por cada enemigo que Call derriba, otros tres parecen aparecer. El restaurante se llena de más hombres. No podemos quedarnos aquí.

Así que levanto el arma y voy dando tiros certeros, derivando a todo lo que se me ponga a mi paso. Ambos nos defendemos, Call no permite que nadie se me acerque, mientras que yo lo protejo con mi arma, pero las balas se me van acabando y más hombres siguen llegando al lugar.

—¡Nena! —grita Call por encima del ruido, y al girar, lo veo someter a un hombre y arrancarle el arma de las manos. Me la lanza en el aire, y la atrapo sin pensarlo.

—Gracias —canturreo mientras disparo en un solo movimiento, derribando al hombre que estaba a punto de alcanzarnos.

Nos movemos al unísono. Es como una danza mortal, una coreografía perfecta de sangre y acero. Call no deja que nadie se me acerque, mientras yo lo cubro, disparando a todo el que cruce nuestro camino. Él corta gargantas con una precisión escalofriante, mientras mis balas vuelan con la misma exactitud. No hay palabras, solo el ritmo de nuestros cuerpos, la sinfonía caótica del combate.

Más hombres irrumpen en el lugar, como si brotaran de las sombras. ¿De dónde demonios salen tantos? Nos están acorralando. Call y yo quedamos espalda contra espalda, sintiendo la presión del peligro acercándose.

—Parece que mandaron un ejército por nosotros —jadea Call, con la voz entrecortada.

—Sabían que no sería fácil atraparnos —respondo, la adrenalina ardiendo en mis venas, acelerando mi pulso.

Call gira la cabeza, y nuestras miradas se encuentran. Sus ojos verdes, normalmente tranquilos, están ahora iluminados por una furia intensa, casi desesperada.

—Tendrán que matarme antes de tocarte —declara, su voz tensa y cargada de determinación.

Le creo. Lo veo en cada gota de sangre que deja tras de sí, en cada hombre que cae mientras sus manos dibujan cortes precisos y letales. Derriba a todo aquel que intenta acercarse, y me permite moverme con fluidez, derribando a más enemigos con lo que queda de mi munición. Pero son demasiados. Nos superan en número.

THE PRINCESS OF THE DEATHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora