Capítulo 22. Sombras de desconfianza.

95 5 3
                                    

____.

Una semana había pasado desde nuestra experiencia en el Clown Motel, y la vida había vuelto a la normalidad, aunque las memorias de aquel lugar aterrador aún rondaban en mi mente. Regresé a mi departamento, tratando de ordenar mis pensamientos y emociones después de lo que había pasado. La policía me confirmó que la persona que me estaba molestando era, efectivamente, mi ex desde Argentina. El encapuchado que había estado merodeando era alguien a quien él había pagado. Un alivio me recorrió al saber que, gracias a las huellas en el sobre y en la carta que él mismo había escrito, el tipo estaba preso. Pero, a pesar de eso, las sombras de la angustia no desaparecían del todo.

Ian iba a visitarme cuando no teníamos grabaciones con los chicos para el canal de Fede. Su compañía siempre me reconfortaba, y cada vez que llegaba, el aire en el departamento se llenaba de una energía especial que me hacía sentir viva. 

Mientras terminaba de acomodar mi cocina, sonó el timbre. Me apresuré a abrir la puerta y lo vi ahí, con una bolsa en la mano. 

—¡Hola, gorda! —dijo, sonriendo mientras me envolvía en un abrazo que me levantó del suelo.

—¡Hola! —exclamé, riendo, aunque por dentro estaba en guerra—. ¿Cómo estas?

—Bien, pero te extrañaba desde que no estás en casa de Fede —respondió, soltándome pero sin dejar de sonreír.

—Yo también te extrañaba. ¿Qué trajiste? —pregunté, mirando la bolsa con curiosidad.

—Gomitas y papitas, ¡tu combinación favorita! —dijo, sacando los snacks y dejándolos sobre la mesa.

Nos sentamos en el sofá, y mientras comenzábamos a comer lo que había traído, la conversación fluía entre risas y anécdotas sobre las grabaciones recientes. Pero a medida que pasaban los minutos, había una tensión en mi pecho que aumentaba, como si fuera un mal presentimiento. Cada vez que Ian me miraba con esa intensidad que solía hacerme sentir especial, me preguntaba si realmente podría abrirme con él. La incertidumbre me consumía.

De repente, escuché el sonido de un mensaje en su teléfono. Ian se había ido al baño, y, aunque sabía que no debía, miré la pantalla. Era un mensaje de Dome: "Te extraño, ¿ya le dijiste a ___?"

Un nudo se formó en mi estómago. ¿Qué quería decir eso? Sentí cómo una ola de celos y enojo me invadía. Cuando Ian volvió, traté de actuar normal, pero me costaba. Su cercanía me incomodaba.

—¿Todo bien? —me preguntó, acercándose a mí.

—Sí, obvio —respondí, desviando la mirada hacia el balcón.

—¿Estás segura? Pareces rara —dijo, frunciendo el ceño, y en ese momento, su preocupación solo aumentó mi frustración.

—No me pasa nada —dije, con más dureza de la que pretendía.

La atmósfera se tornó tensa. Ian estaba claramente frustrado, y mi falta de comunicación solo lo empeoraba. La lucha interna en mi cabeza aumentaba.

—A veces creo que no querés que esto funcione —dijo, su voz temblando entre la rabia y la tristeza.

—No digas eso. Solo quiero un poco de espacio, estoy cansada—respondí, sintiéndome culpable y confundida.

No quería que supiera que había visto el mensaje, ni que esos celos me consumían por dentro. Era como si no tuviera derecho a reclamarle nada. La culpa me atormentaba.

—¿Cansada de qué? —insistió, acercándose más—. Hablame.

Sentí que las lágrimas amenazaban con brotar, pero me contuve. No quería que me viera vulnerable.

—¡No quiero hablar! —grité, sintiéndome a la vez liberada y culpable.

Ian me miró, confundido y herido. Su expresión se tornó más seria.

—No puedo seguir así, ___ —dijo—. Si hay algo que te molesta, por favor decímelo. No puedo adivinar.

—No entiendo por qué estás tan insistente. A veces siento que no puedo respirar —respondí, cruzando los brazos con fuerza.

—Esto no es justo. Te estoy dando espacio, pero necesito saber qué te pasa —dijo, su voz alzándose un poco.

La discusión se intensificó, y en ese momento, sentí que estaba a punto de explotar.

—¡No entiendo por qué siempre queres saber todo! —grité, sintiendo que mi paciencia se agotaba—. No quiero hablar, simplemente no quiero.

—¡Es que no te entiendo! —exclamó Ian, su frustración evidente—. Estábamos bien, de la nada empezas a actuar así, ¿qué te pasa?

El eco de nuestras palabras resonaba en el departamento. La tensión crecía, y mis inseguridades se transformaban en rabia.

—¡No quiero que estés aquí! —respondí, mi voz resonando en el espacio.

Ian retrocedió un paso, claramente herido por mis palabras. En ese momento, quise retroceder, pero el orgullo me lo impedía.

—No puedo seguir sintiéndome así, ___ —dijo, su voz temblando—. No puedo seguir intentando si vos no me decís nada.

Las palabras de Ian me golpearon. Sabía que la pelea se estaba saliendo de control, pero no podía dejar que mi vulnerabilidad saliera a la luz. Sin embargo, sentía que mi desconfianza lo estaba destrozando.

—Solo quiero que seas honesto conmigo, que no haya secretos —repliqué, el dolor reflejándose en mi mirada.

Ian no dijo nada, se quedó en silencio, su expresión mezcla de enojo y tristeza. Finalmente, agarró su celular de la mesa y me miró.

—¿Honesto? Me estás pidiendo honestidad a mí cuando ni siquiera podes mirarme a la cara y decirme que mierda te pasa —dijo, y su tono me cortó el aliento.

Salió en dirección a la puerta, y yo solté un grito de frustración cuando escuché cómo la puerta de mi departamento se cerraba. Le pegué a la pared y me dejé caer al suelo, mientras las lágrimas que había contenido durante la discusión brotaban de mis ojos como un aguacero.

El silencio de mi departamento era ensordecedor. En ese momento, no sabía si había arruinado algo valioso o si simplemente había dejado que mis inseguridades me controlaran. Ian no merecía eso. Después de todo lo que habíamos compartido, ¿por qué no podía confiar en él?

Me limpié las lágrimas con las manos, pero no podía dejar de pensar en el mensaje que había leído. La frustración me hizo pensar en lo tonta que había sido, y eso solo intensificaba el dolor.

Con el alma pesada, decidí salir al balcón a fumar un cigarrillo. Necesitaba calmar mis nervios de alguna forma; el cielo pintándose con los colores del atardecer también me tranquilizaba. Pero mi mente no dejaba de dar vueltas, recordándome lo que había leído, lo que había sentido, lo que había dicho.

En ese momento, mi teléfono sonó. Era un mensaje de una cuenta de fans de Ian y Dome. "Deberías dejar que Dome sea la novia de Ian. No te conviene." La frase resonaba en mi mente, y mi corazón se hundió aún más.

Finalmente, tomé una decisión. Si él realmente quería estar conmigo, tendría que ser él quien diera el primer paso. Me quedé sentada, dejándome envolver por la oscuridad de la noche y la confusión de mis sentimientos, esperando que él también sintiera lo que yo sentía.

Fui a mi cuarto, me di una ducha y me acosté en mi cama, mire hacia un costado y allí estaba el oso que Ian me había regalado el día de mi cumpleaños. Lo abracé como si eso fuera a hacer que el dolor que sentía desapareciera, el perfume de Ian estaba impregnado en el oso, y eso solo hizo que le extrañara aún más. A pesar de ser las ocho de la noche, apagué mi celular y me desconecté del mundo, aunque sea por unas horas solamente. Me quedé dormida sintiendo como el peso de esta semana y de este día, se desvanecía. 

Desenfocada. (Ian Lucas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora