Capítulo 34. Una parte de mí lo quería.

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Ian

Estaba discutiendo con el pelotudo de Mateo por teléfono, no quería que siga molestando a ___, eso le afectaba, sabía el miedo que tenía, lo podía ver en sus ojos. De repente escuché el grito de mamá llamando mi atención y la de todos los demás. Me di vuelta rápido para ver qué pasaba, y entonces sentí que se me hundía el corazón.

Mi novia se había desmayado, la vi desplomarse en el suelo, su piel estaba mucho más pálida de lo normal y sus labios habían perdido ese tono rosado que solía tener. Me apresuré para llegar a ella, sin importarme si dejaba caer el celular o lo que sea. La levanté en mis brazos y la llevé al cuarto que compartíamos. Mamá llamó a emergencias.

El tiempo parecía detenerse. Intentaba despertarla, pero no tenía éxito. Mi mente iba a mil por hora. Me sentía culpable. Quizás venía acumulando muchas cosas y mi discusión con Mateo fue el detonante. ¿Por qué no lo vi antes? No quería despegarme un segundo de ella, sus manos estaban frías y su respiración era débil.

Cuando el médico llegó, justo en ese momento ella abrió los ojos, algo aturdida.

—¿Qué pasó? —dijo con la voz pastosa.

—Te desmayaste, gordita. Ahora te van a revisar, tranquila —dije, mientras me levantaba dándole lugar al médico.

El médico comenzó a revisarla. Le tomó la presión, le puso el estetoscopio en el pecho, le hizo algunas preguntas para ver si estaba consciente, y por fin nos dio un diagnóstico que no me sorprendió.

—Bien, chicos, el desmayo se debe a un pico de estrés. Tu presión bajó demasiado. ___, tenés que tener mucho cuidado. El estrés acumulado puede provocarte problemas más graves si no lo controlás —indicó el médico con seriedad.

Mamá acompañó al médico a la puerta, y yo me quedé con ___. La miré a los ojos, intentando saber qué pasaba por su mente. Ella conectó su mirada con la mía y me sonrió, pero se notaba débil.

—Perdón, gorda. No quise que esto te pase, soy un gil —dije, arrepentido, mientras la atraía hacia mí para abrazarla.

—Iani, no es tu culpa. Mateo me aterroriza y pensar que puede haber mandado a alguien a vigilarme, o peor, que él esté aquí... me pone los pelos de punta —dijo, estremeciéndose.

—Tranquila, no te va a pasar nada, ¿sí? Hagamos algo: bloqueemos a Mateo y restringimos todas las posibles cuentas que pueda llegar a crearse. ¿Te parece? —sugerí.

Ella asintió. Bajé a buscar su celular y, cuando volví, bloqueamos a Mateo. También reportamos la cuenta y pedimos a nuestros amigos que hicieran lo mismo. Quería que a mi lado se sintiera segura. Vi cómo se acurrucaba cerca mío, suavizando su respiración.

—Tengo sueño —susurró.

—Bueno, mi amor, dormí. Yo me voy a dar una ducha y vengo, ¿sí? —Ella asintió. Me acerqué, le di un beso en la frente y me metí al baño, pero seguía pensando en lo que había pasado.

Días después...

Pasaron varios días desde el incidente en Cancún, ya estábamos en casa nuevamente. Mi mamá, Teo y ___ salieron a hacer unas compras mientras yo me quedaba con Fede y Nico, que también había venido con nosotros a México. ___ le ofreció a mamá ir a su departamento con ella, ya que en casa éramos muchos. Se la pasaban todo el día juntas, y eso me gustaba; las dos mujeres más importantes para mí se llevaban bien.

Desde lo de Cancún, no volvimos a tener noticias de Mateo; espero sea una buena señal. ___ estaba más tranquila, aunque a veces la notaba pensativa. No sé si era por eso o por la publicación que vio antes de irnos a Cancún.

Desenfocada. (Ian Lucas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora