Ultraviolence
Capítulo 2. El diablo
"Sin que lo hayas proferido, mejor he comprendido tu deseo, que tú, cualquier cosa verdadera; porque la veo en el veraz espejo que hace de sí reflejo, más las otras en él no se reflejan."
La celda estaba fría y húmeda, incluso para una elfa, iluminada únicamente por el suave resplandor de las antorchas moribundas alineadas en las paredes más allá de los barrotes que la atrapaban en el lugar de confinamiento donde llevaba demasiado tiempo, tanto que parecía que había transcurrido una era desde entonces. Su bloque de celdas estaba vacío, dejando a Galadriel sin nadie con quien hablar, interrogar, o siquiera poder oír para no perder la cabeza. Desde hacía tiempo, tanto que los días se habían convertidos en semanas y las semanas en meses, Galadriel solo recibía la perturbadora visita de los guardias orcos que le traían el agua y la comida y otras veces la acosaban y señalaban desde el otro lado de la reja. No se peinaba ni bañaba desde hacía demasiado tiempo, estaba cubierta de una fina capa de sudor y suciedad como el hollín, el pelo enredado y una delgadez incipiente. Las noches eran frías y los días apenas cálidos. En ocasiones escuchaba a los orcos berrear, oía tambores de la superficie y el eco de unas pisadas al final del pasillo de celdas, pero nada más. Adar no había vuelto en demasiado tiempo. Desde hacía días, su cabeza le jugaba malas pasadas, haciéndole imaginar el horror que habría desatado Adar con su anillo. ¿Estaría usando a Nenya para hacer el mal? ¿Elrond y los escuadrones la habrían estado buscando? ¿Sabría el rey Gil-Galad que ella vivía?
Cuando trataba de dormir, temblaba por el frío y por las pesadillas. En ellas, Adar la miraba a través de los barrotes con una lujuria que la hacía sentirse desnuda. Soñaba que el mundo se cubría de una nube de cenizas, como las Tierras del Sur y toda la vida de Arda perecía. Soñaba que vivía de por vida con grilletes en el cuello, en las muñecas y los tobillos y la obligaban a ver el mundo destruido, a servir a seres oscuros de miradas despiadadas y capas de fuego. En el sueño, encontró a un ser con la piel en llama y una mirada eterna cerniéndose sobre ella. Era peor, mucho peor que la mirada de Adar. Estos ojos rodeados por las llamas penetraban en su alma, la buscaban desesperadamente atravesando la roca y piedra. Atravesando su ropa. Atravesando la luz que envolvía su alma. Y era mucho peor, porque ella pudo sentirlo y sintió ese resentimiento, esa rabia y recelo, el desconocido deseo sobre ella, deseo de tenerla para sí mismo, el deseo de poseerla y fundirse desesperadamente con ella al hacerlo. La horrible sensación la despertó de un grito en la noche. Luego, Galadriel se sentó más cerca del pasillo, buscando la luz de la antorcha que titilaba débilmente en mitad del corredor. Necesitaba abrazar a alguien familiar, a alguna cara amiga, escuchar la voz de algún conocido. Que algo o alguien le dijera que todo iba a ir bien. Una sola vez soñó con Celeborn, a quién perdió en la guerra contra Morgoth hacía casi una edad. En el sueño, Celeborn, a quien no podía ver el rostro, abrazaba su espalda frente un hermoso mirador, bajo la tibia luz de las estrellas. El frío que la helaba en la celda y penetraba sus huesos, dejaba de herirla por un momento y se dejó invadir por la calidez de alguien más. Él rodeaba su abdomen con un brazo y su pecho suavemente con el otro, rozando con sus labios por encima de su oreja y de su dorado pelo sedoso.
—Itülie menriarne —Aguarda un poco más, susurró la voz aterciopelada a su oído.
Ella, con los ojos cerrados, se llenó de emoción.
—Nimeri kiman arinen, Celeborn —Ya no puedo aguantar más, Celeborn, contestó Galadriel, lastimeramente—. Mindari... —Me voy a rendir.
—No dejaré que eso ocurra —murmuró la voz.
Galadriel abrió los ojos. Ese no era Celeborn. Su mejilla se encontraba aplastada sobre el suelo de la celda. Ella se arrastró para incorporarse, tenía un brazo dormido y la cabeza le daba vueltas, pero no estaba fría. Era extraño, porque hacía frío esos días. Pero ese momento sentía como si algo, alguien, la hubiese estado abrazando de verdad. Con el paso de los segundos, el calor se alejaba de ella y volvía a notar las extremidades enfriándose.
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Ultraviolence ⟡ Galadriel & Sauron
Fiksi PenggemarEl nuestro no fue un encuentro casual. Ni la suerte, ni el destino, ni ninguna otra palabra que usen los hombres para hablar de las fuerzas que no tienen la convicción de nombrar. La nuestra fue obra de algo más grande. Y fue la divina providencia l...