La noche se cernía tranquila sobre la ciudad de San Agustín, donde una hermosa familia disfrutaba de un paisaje pintoresco con vistas al mar. En el tejado, el menor de los Villa Señor, de 9 años, observaba con curiosidad su vecindario, aunque sus ojos estaban cautivados por el murmullo de las olas. La brisa acariciaba su cuerpo, haciendo que su cabello lacio danzara al ritmo del viento. Amaba perderse en la belleza de la naturaleza.
Su hermano salió del baño con gran energía y se encontró con su madre sirviendo la cena en el comedor. Al notar su presencia, ella lo llamó antes de que se marchara.
—Idiomar, llama a tu hermanito; ya es hora de cenar—. Está bien, mamá.
Primero miró en su cuarto, pero no encontró a Idier; supuso que estaría en su lugar favorito. Corrió por el pasillo y salió al exterior. Se detuvo frente a la casa; aunque la escalera estaba cerca, decidió no subir al tejado.
—¡Idier! Sé que estás ahí arriba. ¡Baja ya, es hora de cenar!
Idier lo oyó y decidió hacerse el desentendido. Idiomar comprendió que solo estaba esperando a que él subiera y soltó una risa al darse cuenta de las intenciones de su hermanito.
—Sé lo que estás tramando.
Al escucharle, Idier se asomó por el borde para mirar hacia abajo. Silbó para llamar la atención de su hermano; Idiomar levantó la vista al ver su sonrisa.
—Baja de ahí; podrías lastimarte—. No lo haré hasta que llegue papá. No te preocupes, hermano; no me voy a caer; ya superé mi miedo a las alturas.
—Si papá o mamá te ven ahí, yo seré el que se lleve la culpa; vamos, bájate.
Idier obedeció y empezó a descender por las escaleras. Justo en ese momento llegó Alfredo en su auto Mercedes. Los chicos se miraron mutuamente con alegría mientras el coche se detenía y su padre salía del vehículo.
—¡Papá!— gritaron al unísono, lanzándose hacia Don Alfredo—. ¡Oh, mis queridos hijos! Papá ya ha llegado y...
Los dos hermanos lo miraron con curiosidad.
—¿Y qué hay, papá? —preguntó Idiomar—. ¿Nos trajiste algo? —interrogó Idier con gran entusiasmo.
—¿Por qué no van a revisar el capó?— No esperaron ni un segundo y salieron corriendo como si estuvieran en una competencia.
Al abrir el capó, Idiomar se encontró con dos bicicletas—. ¡Qué chulas!— exclamó Idier.
El hermano mayor tomó la bicicleta azul para su hermanito, mientras que él se quedó con la verde.
—¿Qué hay que decir después de recibir un regalo? —preguntó Alfredo al ver su emoción desbordante. Ambos se acercaron a abrazar a su padre.
—Gracias, papá— respondieron al unísono. Alfredo les revolvió el cabello —. Muy bien, chicos, lleven las bicicletas al garaje.
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NO TE FÍES DE MÍ
RastgeleEl joven Idier se encontraba desesperado, con el corazón roto y una sed insaciable de justicia. Su hermano mayor, Idiomar, había sido víctima de una muerte misteriosa y sin explicación aparente. Por más que intentaba encontrar respuestas, todo era u...