Yamaguchi Tadashi

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Yamaguchi Tadashi nunca se había considerado alguien especial en la vida

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Yamaguchi Tadashi nunca se había considerado alguien especial en la vida.

Estaba acostumbrado a ser el tipo de persona que no destacaba, no tenía algo especial que llamaba la atención de los demás. No era tan bueno en el voleibol como para ser titular, tampoco era muy guapo o lo suficientemente alto para llamar la atención de la población femenina en la escuela, no era de los primeros en la clase ni de los últimos, había aceptado esa vida, porque en un mundo rodeado de talentos y personas que parecían haber nacido con una luz propia, él no tenía mucho por lo que poder destacar.

Yamaguchi Tadashi siempre era algo, pero nunca lo suficiente.

Había aceptado esa vida, ser conocido como el amigo de Tsukishima Kei, a ser el chico que había tenido la suerte de haber sido defendido por un rubio alto que llamaba la atención sin siquiera intentarlo, no es que lo envidiara —bueno, siendo honesto, si lo envidiaba un poco—, pero no en el mal sentido, Yamaguchi se sentía feliz ver brillar a sus amigos, que los demás pudieran reconocer esa misma magia que veía en ellos, sin embargo, cuando era consciente de que era un chico que terminaba de lado, se preguntaba que debía conseguir para ser notado por los demás.

No fue hasta que ingresó al Karasuno que Yamaguchi intentó destacar, pero ¿cómo debía hacerlo? ¿ser igual de enérgico que Hinata? Le agradaba, pero iba más por la tranquilidad. ¿Ser igual de perfecto que Kageyama? No le salía eso de ser tan autoritario en la cancha. ¿Ser misterioso y dedicado como Tsukishima? Aunque lo intentara, sus expresiones faciales siempre lo terminaban delatando.

¿Qué había en él que pudiera ponerlo en la misma línea que al resto de sus amigos?

Yamaguchi no lo sabía, por más que pensaba, no encontraba nada que le hiciera destacar lo suficiente, incluso había intentado hacer una lista de pros y contras sobre él... Y si desprestigiarse asimismo fuera un deporte olímpico, estaba seguro de que podría galardonar con un par de medallas, estaba a punto de darse por vencido, tal vez algunas personas nacían para brillar y otras —como él—, solo habían nacido para observar al resto.

Pero un día, uno de esos en los que piensas que nada interesante puede ocurrirte, había llegado alguien a su vida, agitando todo su mundo sin ningún tipo de precedente.

Fue en su primer año de preparatoria, el equipo estaba de nervios por salir al juego que les daría el pase a la semifinal y para intentar ir a las nacionales después de tantos años, por supuesto, Tadashi no era ningún titular, salía solo cuando Ukai lo solicitaba o cuando decidían cambiar la rotación, fuera de esas dos opciones, no se quedaba tanto tiempo en la cancha, sin embargo, podía comprender los sentimientos de sus compañeros, no era un juego cualquiera, sería Karasuno contra Aoba Jōsai, más allá de ser un partido decisivo, el mal sabor de haber perdido contra ellos anteriormente seguía incrustado en cada uno de ellos.

Precisamente aquello había hecho que diera todo de sí en cada oportunidad que se le brindó para poder estar en la cancha, Yamaguchi había entrenado tanto ese saque flotante que, lograrlo cuando más se necesitaba, fue una sensación que, incluso años después, sería imposible de olvidar. Dio todo de sí, quería hacer algo por su equipo, aunque fuera insignificante, se habían preparado día y noche que, fallar en el último momento, sentía que sería como haber perdido una guerra.

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