Hoshiumi Kōrai

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Prefectura Nagano, 2000

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Prefectura Nagano, 2000.

Para Hoshiumi Kōrai, su estatura siempre fue un problema.

Durante mucho tiempo en su niñez, se convenció acerca de todas las desventajas que tenía con respecto a su estatura y que, una persona más alta, podría resolver sin problema a diferencia de él: ¿bajar el cereal de la estantería? Él debía buscar una silla y ponerse de puntillas para tomarlo. ¿Correr largas distancias? Siempre llegaba al último por sus piernas cortas. ¿Cambiar un foco? No había manera en que su madre le dejara juntar sillas para intentar alcanzar el techo. ¿Jugar algún deporte donde la altura era un requisito? Ni en sus más absurdos sueños.

Era complicado ser alguien tan de baja estatura en su familia, sobre todo cuando su padre y hermano mayor, parecían haber sido bendecidos con buenos genes para ser tan altos, ser buenos en todo y que todo el mundo los quisiera en sus equipos, y por otro lado, estaba él, con una estatura baja, dejándolo de lado por la tonta creencia de que sería él quien los haría perder. Por supuesto, Kōrai no quería demostrar que él podía ser igual de bueno que su hermano, ser mejor incluso, se había rendido con el basquetbol por las constantes burlas de su hermano —y porque también era realista y sabía que no había manera de que alcanzara el aro de la cancha para asestar— sin embargo, un día donde daba todo por perdido, había conocido el voleibol, y aunque no sabía que era el amor, podía jurar que había sido amor a primera vista.

Hoshiumi estaría siempre agradecido de aquel día en que decidió seguir el voleibol solo porque su primo lo practicaba, porque él había quedado fascinado la primera vez que vio un partido en la televisión de su casa y trataba de encontrar en donde iba el balón de lado a lado, a pesar de su tamaño, cada vez que iba a un entrenamiento se sentía como pez en el agua, le fascinaba la sensación del balón entre sus dedos y como podía darse el impulso para echar a correr y brincar lo más alto posible y poder llegar a la red.

Pero como de costumbre, su hermano tenía que arruinarlo.

Kōrai no odiaba a Akitomo, envidiaba su altura, que era diferente, pues ese día en que su hermano había aparecido en su entrenamiento y logró dar un remate sin pena ni gloria, le había enfurecido, no solo por la facilidad que su hermano había tenido para hacerlo, sino porque él llevaba semanas y aún no lograba golpearle al balón sin que este pegara contra la red, aquel día se sintió pésimo con él mismo, toda la emoción se le había esfumado del cuerpo y con los pies arrastrando, se encaminó a la salida para irse a llorar y que nadie le viera, o al menos esa era su intención, hasta que chocó con alguien.

—Uy, lo siento mucho, ¿estás bien? —Escuchó la voz de una niña frente a él, pero debido a las lágrimas que contenía en sus ojos, no fue capaz de distinguir bien su rostro—. ¿Puedo ayudarte en algo? Yo...

Pero él no escuchó, porque la dejó ahí de pie, antes de echarse a correr a los brazos de su madre y quejarse de la mala suerte que había tenido al tener esa estatura, sin embargo, como solo su madre sabía hacer, había encontrado las palabras para hacerle entender que su estatura no era un sinónimo de perder, aún así, eso no le quitó el enojo por un par de días, hasta que su hermano le invitó a ver un partido de entrenamiento.

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