Epílogo

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Kim Taehyung

A veces me pregunto si toda mi vida he sido un actor en mi propio escenario, interpretando el papel que el mundo quería ver.

A lo largo de los años, aprendí a usar una máscara, a proyectar una imagen que no siempre coincidía con lo que sentía por dentro. Fui el hombre perfecto, el hijo y esposo modelo, el dueño del bar carismático que todos querían conocer. ¿Pero en el fondo? En el fondo había un hombre que no estaba tan seguro de sí mismo como parecía.

Durante mucho tiempo me obsesioné con los logros. Cada reconocimiento, cada éxito, era una medalla más que colgaba en mi pared invisible de victorias. Nunca era suficiente, siempre había algo más que alcanzar, una nueva meta que lograr, una expectativa más alta que cumplir. Y me consumía.

A veces, me encontraba tan agotado por la presión, que mi cuerpo simplemente me pedía detenerme. Pero no podía. No sabía cómo hacerlo.

Jungkook solía mirarme con esos ojos llenos de amor incondicional y en más de una ocasión yo fingía que todo estaba bien, especialmente en esos días oscuros en los que fuimos arropados por una ola de atención que fue demasiado para mi tolerancia.

Muchas veces fingía que lo tenía todo bajo control. Pero él sabía. Sabía que detrás de esa fachada, había algo roto. Él veía más allá de la máscara que yo usaba para el resto del mundo y por eso lo amaba. Porque con él, no tenía que ser perfecto. No tenía que esconderme.

Él me aceptaba tal como era, con mis defectos y mis inseguridades, con mis cambios de humor y mis arranques de ira llenas de maldiciones cuando algo no me salía como quería.

Al principio, me resistí. Me aterraba la idea de ser vulnerable, de mostrar mis sentimientos reales. Creía que, si lo hacía, perdería el control de mi mismo, que la gente dejaría de admirarme, que el chico de ojos lindos y cabello largo que entró al bar esa vez, dejaría de mirarme con orgullo si dejaba caer mi mascara.

Pero Jungkook me enseñó que ser vulnerable no era una debilidad, sino una fortaleza. Que ser yo mismo, sin pretensiones, era lo más valioso que podía ofrecer. Con él, aprendí a dejar de fingir que siempre tenía las respuestas y a simplemente ser.

Eso no significa que haya sido fácil. Aún me preocupa mi imagen, aún me encuentro atrapado en esa espiral de autoexigencia de vez en cuando. Pero ahora, cada vez que siento que me pierdo en ella, me recuerdo algo importante: lo que realmente importa es lo que pienso de mí mismo. No lo que el mundo espera de mí, sino lo que yo soy en mi esencia, en mi autenticidad.

Hoy estoy sentado en la misma mesa donde he compartido tantos momentos con Jungkook, con nuestra familia y no puedo evitar sonreír. Estoy lejos de ser perfecto, pero ya no lo necesito porque por primera vez en mi vida, me siento suficiente tal como soy.

Mirar hacia atrás me llena de gratitud. Por haber encontrado a alguien que me permitió ser yo mismo, sin usar la piel camaleón. Por haber aprendido que no necesito la admiración de los demás para sentirme valioso. Y, sobre todo, por haberme dado cuenta de que la verdadera felicidad no está en lo que logro, sino en lo que soy y en las personas que me aman por ser simplemente Kim Taehyung, el hijo imperfecto, el padre y esposo imperfecto.

Ahora mi vida estaba llena de cosas positivas y lo que más importaba para mi ahora era la felicidad de mi hijo y mi esposo. Desde la llegada de Jiho a nuestras vidas, todo ha sido resplandeciente.

Tener un hijo ha sido mi meta más grande y cumplirla ha llenado cada espacio vacío que dentro de mi habitaron por años. Sostenerlo en mis brazos, calamar su llanto, cantarle canciones de cunas, verlo crecer y ser parte de su vida cada día, cada segundo, ha sido mi mayor logro.

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