XIII

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El anticristo. Y la hermana.

Dejé la moto en el garaje y entré a casa, nadie estaba en la sala, todo estaba a oscuras, no había visto la hora, casi era medianoche, todos debían estar dormidos, así que me dirigí al sótano, bajé las escaleras y presioné el interruptor de la luz para iluminar el lugar, las heridas que Emmeth me había hecho con ese pedazo de vidrio habían sanado, muy rápido, mi labio no sangraba, mi ceja estaba bien, al igual que mi espalda y mi hombro, quería ver eso por mí mismo, me quité la parte de arriba del traje quedando solamente con el pantalón, sobre una mesa de metal vieja que estaba ahí reposaba el cuchillo que me acompañaba en mis salidas de noche a matar, lo tomé y extendí mi brazo, para luego trazar una enorme línea desde el inicio de mi antebrazo hasta mi muñeca, mi piel se abrió, dejando salir la sangre negra y espesa, tomé ahora el cuchillo con mi otra mano, e hice lo mismo con mi otro brazo, aun sostenía el cuchillo, pero mi vista estaba fija en mis heridas que poco a poco comenzaban a sanar, la piel se regeneraba, sin embargo, dejé de ver lo que ocurría porque escuché unos pasos, seguido de eso, la voz de mi hermana.

—¿Qué haces Uzellb?

Una voz que llevaba una pizca de preocupación. Ella bajó rápidamente las escaleras, se acercó a mí y me arrebató el cuchillo que tenía en mano. La vi dejar el objeto sobre la mesa, mientras buscaba el pequeño botiquín que conserva mi padre aquí, en el sótano estaban todas sus herramientas de trabajo, así que era indispensable tener uno.

—Uzellb, ¿dónde pone papá su botiquín?

Lubriel buscaba aquello con impaciencia, siendo honesto, nunca la había visto tan preocupada.

—Lubriel. —pronuncié su nombre, intentando llamar su atención, pero ella no me hizo caso.

—¿Dónde estará, donde estará? —susurraba, mirando hacia todas partes.

Sabía que no iba a dejar de buscar, y por más que le hablara no iba a ponerme atención, me acerqué a ella, con mis manos tomé sus hombros, provoqué que se quedara quieta y me mirara, cuando lo hizo su rostro tenía una mezcla de angustia y molestia.

—Suéltame, Uzellb.

—Mira mis brazos. —le pedí, pero ella no lo hizo.

—Que me sueltes' Uzellb. —rugió.

—Mira mis brazos, Lubriel. —elevé mi voz, se quedó callada, miró hacia mis brazos, justamente en donde me había cortado, cuando vio que mis heridas estaban sanas y sin ninguna marca se alejó de mí y se mostró confundida— ¿Ves?, no hay nada, ya han sanado, estoy bien.

—¿Cómo? —musitó— ¿Cómo es que no tienes nada?

—Supongo que esa es otra de nuestras habilidades, ¿regeneración?

—¿Y cómo lo supiste?

—Han pasado cosas.

—¿Qué cosas? —su mirada cambió, ahora parecía estudiar a fondo cada gesto que hacía, intentando buscar algo que me delatara y me hiciera hablar.

—Después de las preliminares fui a una discoteca, con los del equipo, y perdí el control.

—Entonces por eso cuando fuimos a los vestidores a buscarte no encontramos a nadie, ¿sabes lo preocupados que estaban nuestros padres?, te vieron desfallecer en el rink, te llevaron como si estuvieras moribundo, ¿y aun así te dio tiempo para irte de fiesta?

¿Quién se creía, mi madre?, debía admitir que por una parte tenía razón, después de lo que ocurrió lo mejor que pude haber hecho es quedarme en casa, y hablar de lo sucedido con mi hermana.

—¿Quieres calmarte?, llegué a casa y vivo, es lo que importa.

—Para mí eso es suficiente, pero para nuestros padres no lo será.

Uzellb & Lubriel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora