XVII

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Los llamados Skochtï.

—Eres tú realmente, viniste. —expresé con alivio, verlo ahí me hizo sentir a salvo.

—Claro que vendría, lamento si tardé. —cuando dijo aquello me miró de pies a cabeza, inspeccionándome, supe que había notado la sangre que estaba sobre mí— ¿Ese imbécil te hirió?, ¿Qué fue lo que pasó, Lubriel?

Se acercó a mí, amenazando mi espacio personal, pero era él, así que no me moví de mi lugar. Miró mi rostro, mis brazos, absolutamente todo, cerciorándose de que no tuviera alguna herida.

—No es mi sangre, Fydeel.

Cuando mencioné esto me miró fijamente, para demostrarlo llevé mi antebrazo a mi boca y lo mordí con tanta fuerza que mis dientes hirieron mi piel, dejando salir esa sangre negra y espesa. Cuando él observó aquello pude notar dos cosas: su preocupación y su asombro por la herida que me había hecho, sin embargo, comenzó a sanar, mis heridas sanaban a la misma rapidez como las de mi hermano. Para mi novio ver aquello resultó desconcertante y me preguntaba por qué.

‹ No sabía esto de los Diangelus.

Escuché en mi mente, era la voz de él, así que supe que había escuchado sus pensamientos.

—¿No sabías esto? —le pregunté, y él reaccionó a mi pregunta de una forma extraña.

—Iré a traerte otra ropa. —dijo, desviando el tema.

—¿Y si no hay?

—La hay.

—¿Cómo estás tan seguro? —él se quedó callado por unos segundos, pero luego habló.

—Esta cabaña es de mi madre, todo el bosque es una aldea donde yacen... —se detuvo de golpe, vi como cerraba y abría sus ojos, como forzándose a no hablar más— Adán cometió un error al traerte aquí. Un error para él y para los que intenten venir.

Salió de la habitación después de decir esto, lo que me había dicho me hizo pensar, mencionó una aldea, que esta cabaña era de su madre, que Adán había cometido un error al traerme aquí. ¿él estuvo aquí todo este tiempo y por eso no supe nada de él, salvo el hecho de que estaba con su madre?, no pude evitar preguntarme, ¿Cuándo la conocería a ella y a su padre?

Fydeel atravesó el marco de la puerta, en sus manos traía algunas prendas de ropa que colocó con cuidado sobre la cama.

—Casualmente tú y mi madre son de la misma talla.

Sobre la cama había puesto un pantalón negro, una blusa de tirantes blanca y una chaqueta negra de cuero, en el suelo dejó unos botines que solo me recordaron a los que usa Samaín.

—No puedo imaginar a tu madre usando esto. —comenté.

—¿Y cómo la imaginas? —me preguntó mientras se sentaba en la orilla de la cama.

—Pues... al verte solo puedo imaginar a tu madre vistiendo elegantes vestidos, usando joyas finas, con su cabello recogido, tacones que combinan a la perfección con su figura... —vi como él empezaba a reír, de una forma burlona— ¿Qué sucede?, ¿acaso no la he descrito bien?

—Para nada, ella jamás se vestiría de esa forma, se caracteriza por su estilo juvenil, pantalones, blusas, chaquetas, botines. No le gusta vestir así, en lo absoluto.

—Pude no haber acertado, pero solo mira como vistes ahora, chaqueta larga, camisa de cuello alto, pantalones, zapatos de vestir, ¿qué esperabas?, imaginé que tu madre seguía ese estilo.

—Eres buena para muchas cosas preciosa, pero no para intuir el estilo de moda.

Solté una forzada risa.

Uzellb & Lubriel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora