Peter era un héroe que no le tenía miedo a nada ni a nadie, pero....había un problema, y si,si tenía miedo, miedo de invitar a salir a una chica y ser rechazado cruelmente.
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Era una tarde tranquila en Queens, y Peter caminaba de regreso a casa después de un largo día de clases. Estaba distraído, pensando en todo lo que había pasado con Amélie y la rosa. Aunque aún se sentía nervioso, no podía evitar sonreír recordando cómo ella había defendido su gesto frente a sus amigos. Quizás las cosas iban mejor de lo que él creía.
Sin embargo, al acercarse a su casa, notó algo inusual. La calle estaba llena de camiones de mudanza y cajas apiladas por todas partes. Hombres con uniformes descargaban muebles y cajas grandes. Peter se detuvo frente a su casa, frunciendo el ceño mientras observaba el ajetreo al lado.
—¿Qué está pasando aquí? —se preguntó en voz alta.
Al entrar en la casa, fue directo a la cocina, donde su tía May estaba preparando la cena. Siempre con su energía positiva, lo saludó con una sonrisa.
—¡Hola, Peter! Llegas justo a tiempo para ayudarme con la cena —dijo mientras cortaba unas verduras.
Peter se quitó la mochila y se apoyó en la mesa, aún intrigado por lo que había visto afuera.
—Tía May, ¿por qué hay tantos camiones en la calle? —preguntó, tomando una zanahoria de la tabla de cortar—. Parece que alguien está mudándose.
May levantó la vista, con una sonrisa de esas que indicaban que tenía algún chisme interesante que contar.
—¡Ah! Sí, justamente eso es —dijo mientras seguía cortando—. Una nueva familia se está mudando a la casa de al lado. Escuché que vienen de un barrio más lujoso, pero decidieron cambiar de ambiente. Parece que tienen una hija que va a la universidad.
Peter asintió distraídamente, aunque algo en esa última parte lo dejó pensando. Una hija en la universidad... justo como Amélie. Pero no, no podía ser... ¿o sí?
Intentando no emocionarse demasiado con la idea, Peter decidió asomarse por la ventana para ver más de cerca el ajetreo. Desde allí, vio cómo una camioneta estacionaba justo frente a la casa vecina. Unos segundos después, alguien bajó del asiento del pasajero, y el corazón de Peter dio un vuelco.
Era ella. ¡Amélie!
Peter parpadeó varias veces, como si su cerebro no pudiera procesar lo que estaba viendo. Allí estaba Amélie, de pie frente a la casa de al lado, ayudando a los hombres de la mudanza a llevar unas cajas hacia la entrada. Parecía que hablaba con alguien dentro de la casa mientras dirigía a los trabajadores con una sonrisa, esa sonrisa que Peter conocía tan bien.
Se retiró rápidamente de la ventana, su mente trabajando a toda velocidad. ¿Cómo era posible? ¿Amélie iba a ser su vecina? Esto no podía ser una coincidencia.
—Tía May... —dijo, aún en shock—. Esa familia... ¿sabes cómo se llama?
May se encogió de hombros, un poco distraída con la comida. —Creo que son los Lefebvre, algo así. ¿Por qué lo preguntas?