Peter era un héroe que no le tenía miedo a nada ni a nadie, pero....había un problema, y si,si tenía miedo, miedo de invitar a salir a una chica y ser rechazado cruelmente.
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Amélie estaba en la cocina de su casa, ayudando a sus padres a preparar la cena. La calidez del hogar y el aroma de la comida hacían que se sintiera bien, y disfrutaba de esos momentos familiares. Estaba cortando verduras con su madre, riendo y compartiendo historias de la escuela. Su padre, por otro lado, estaba al otro lado de la cocina, sazonando la carne.
Sin embargo, de repente, una ola de náuseas la golpeó. Se detuvo, colocando el cuchillo sobre la tabla con un movimiento brusco.
—¿Estás bien, cariño? —preguntó su madre, levantando la vista con preocupación.
Amélie asintió rápidamente, intentando ocultar su malestar. —Sí, solo… creo que me mareé un poco.
—¿Necesitas agua? —preguntó su padre, sin apartar la mirada de lo que estaba haciendo.
—No, creo que solo necesito un momento —respondió Amélie, forzando una sonrisa y tratando de no preocuparlos más. Pero la sensación de náusea no se iba; de hecho, estaba empeorando.
Se movió hacia la ventana, buscando un poco de aire fresco. Mientras contemplaba el jardín, trató de concentrarse en el paisaje, pero sus pensamientos se vieron interrumpidos por el malestar en su estómago. Se llevó una mano al abdomen, sintiendo cómo se retorcía incómodamente.
—Amélie, ¿estás segura de que estás bien? —insistió su madre, acercándose a ella—. Tal vez deberías sentarte un momento.
—Es solo un pequeño mareo, mamá. No es nada —dijo, pero sabía que su voz sonaba débil. La verdad era que se sentía cada vez más incómoda.
—Vamos, siéntate un momento —dijo su madre, guiándola hacia una silla en la mesa—. Te haré un té de jengibre. Eso siempre ayuda.
Amélie asintió, agradecida por la preocupación de su madre. Se sentó y cerró los ojos, tratando de calmarse mientras su madre se movía por la cocina. Sin embargo, su mente vagó a lo que podría estar causando sus náuseas. Las últimas semanas habían estado llenas de estrés y cambios, pero ¿podría ser algo más?
Cuando su madre le trajo el té, se lo agradeció y tomó un sorbo. El sabor caliente y picante le ayudó a calmar un poco su estómago, pero todavía sentía una inquietante sensación en su interior.
—¿Estás bien, de verdad? —insistió su padre, uniéndose a ellas con una mirada preocupada.
—Solo me siento un poco… diferente últimamente —confesó Amélie, sintiéndose un poco vulnerable al admitirlo—. No sé si es por el estrés de la escuela o… algo más.
Ambos se miraron con preocupación, y su madre le acarició la mano suavemente. —¿Te gustaría que te lleváramos al médico? A veces, es mejor estar seguros.
Amélie pensó en la idea, pero había algo que la detenía. Sabía que tenía que hablar con Peter antes de tomar decisiones sobre su salud. Pero, por ahora, solo quería que el malestar se fuera.