Peter era un héroe que no le tenía miedo a nada ni a nadie, pero....había un problema, y si,si tenía miedo, miedo de invitar a salir a una chica y ser rechazado cruelmente.
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La sala de partos se llenó de un silencio expectante, solo roto por los sonidos suaves de las máquinas monitoreando el ritmo cardíaco de Amélie y del bebé. Después de horas de dolor, sudor y lágrimas, el momento finalmente había llegado.
Amélie apretaba la mano de Peter con fuerza, exhausta pero llena de determinación. Su rostro estaba bañado en sudor, el cabello desordenado, pero en sus ojos había una mezcla de alivio y emoción. Las enfermeras le indicaron que diera una última gran pujada.
─¡Vamos, Amélie! ─animó el médico─. Una más y lo tendrás en tus brazos.
Peter estaba junto a ella, su mano firme en la de Amélie, sus ojos brillando de emoción mientras la apoyaba en cada segundo.
─Ya casi… ─susurró Peter, inclinándose hacia ella─. Ya casi está aquí, lo estás haciendo increíble.
Amélie cerró los ojos, reuniendo toda la fuerza que le quedaba, y con un último esfuerzo, sintió el alivio casi inmediato cuando el bebé fue finalmente traído al mundo. Un llanto agudo rompió el aire, llenando la sala con una nueva energía, un sonido que para ambos padres era el más hermoso que jamás habían escuchado.
Amélie abrió los ojos, sus lágrimas desbordándose al escuchar el llanto de su hijo. El médico levantó al recién nacido y, después de una rápida revisión, lo colocó sobre el pecho de Amélie. El pequeño varón lloraba suavemente mientras ella lo miraba, completamente maravillada.
─Es un niño ─anunció el médico con una sonrisa.
Peter, con los ojos llenos de lágrimas, se inclinó hacia Amélie y su hijo. No podía dejar de mirarlos, sintiendo como su corazón se expandía con una mezcla de amor y orgullo que nunca había sentido antes.
─Amélie… ─susurró─. Es nuestro hijo… lo hicimos.
Ella, agotada pero llena de felicidad, miró a Peter y luego al pequeño en su pecho, sonriendo a pesar de las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
─Lo hicimos, Peter… ─murmuró, acariciando la suave piel del bebé con sus dedos─. Es perfecto.
En ese momento, una de las parteras se acercó a Peter con una pequeña sonrisa.
Peter, sorprendido por la oferta, tragó saliva y asintió con una mezcla de nervios y emoción. Las manos le temblaban ligeramente, pero tomó las tijeras y se inclinó hacia el bebé.
─Nunca pensé que haría esto… ─dijo en voz baja, más para sí mismo que para nadie más. Miró a Amélie, quien lo observaba con una mirada cálida y amorosa, antes de concentrarse en la tarea.
Con un pequeño corte, el cordón umbilical se separó, y Peter dio un paso atrás, sus ojos llenos de lágrimas mientras miraba a su hijo, ahora oficialmente independiente del cuerpo de Amélie.