S I E T E

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Los días se habían convertido en un torbellino de silencio y tensión. Había evitado a Christopher después de mi conversación con Jason, mi mente había estado girando en torno a las decisiones que debía tomar. Él estuvo escribiéndome durante el resto de la semana, al decimo mensaje decidí bloquearlo. Así mismo había convencido a Jenna de intercambiar de lugar con ella cada que tuviera que convivir con Slora, con la excusa de que seguía molestándome y humillándome. Cosa que no era mentira del todo. Por otro lado cada vez que  intentaba acercarme a Jason, para arreglar lo sucedido el miércoles, él se alejaba y me ignoraba. Tal como yo lo hacia con Slora.

El domingo llego. Los linces jugaron en casa contra los tigres y ganaron nuevamente, no por mucho pero ganar es ganar. Seguían invictos. Todo el estadio fue alegría y vítores, excepto yo que ya no me sentía tan emocionada como el domingo pasado. Todo lo que había pasado con Jason y Slora había apagado mi entusiasmo.

—Lo prometo, chicos. Estaré bien. Me quedaré a recoger, ustedes vayan y diviértanse. Prefiero ir a casa a descansar —dije a mis amigos.

Bri, Rob y Jenna saldrían a festejar con otros compañeros de la administración. Los jugadores, por su parte, se irían a descansar, ya que les esperaba una semana intensa. Yo, en cambio, era víctima de una terrible migraña que me urgía tratar. Lo único que quería era llegar a casa y tomar mis pastillas.

—De acuerdo, pero llámame en cuanto llegues al departamento —me ordenó Bri.

—Y avísanos si pasa algo: si te sientes mal, si aparece un robachicos, lo que sea. Estaremos ahí enseguida —añadió Jenna con una sonrisa.

Los tres se fueron y yo me quede recogiendo, organizando el equipo de video y asegurándome de que todo estuviera listo para el martes a primera hora.

Cuando finalmente termine, me dirigí a mi carcacha, lista para ir a casa. Pero al girar la llave, el motor solo emitió un sonido sordo y vacío. Suspiré con frustración, golpeé el volante y salí del auto para revisar el motor, aunque no tenía idea de lo que hacía. Mientras intentaba en vano, el cielo se oscureció y las primeras gotas de lluvia empezaron a caer. Golpeé el capó del coche con la mano, frustrada por la situación.

—¡Perfecto! —grité al cielo, sintiendo cómo la frustración y el cansancio me sobrepasaban. La lluvia caía con más fuerza, empapando mi ropa en segundos. Estaba mojada, agotada, con una migraña insoportable y atrapada con un coche que no arrancaba. No podía imaginar cómo podría empeorar la noche.

Y fue entonces cuando escuché el sonido inconfundible de un motor acercándose. Levanté la vista y allí estaba, la camioneta RAM negra de Christopher estacionándose a unos metros de mí. Por supuesto. ¿Por qué no? De todas las personas que podrían haber aparecido, tenía que ser él.

Vi cómo bajaba la ventanilla, y mi corazón empezó a latir más rápido, pero no por emoción, sino por una mezcla de odio y resentimiento que había estado acumulando durante días.

—¿Problemas con el coche? —preguntó con calma, aunque había preocupación en su voz.

Evité mirarlo directamente. El nudo en mi garganta se apretó más, y las emociones se agolparon en mi pecho. Respondí con frialdad:

—Estoy bien. No necesito tu ayuda —dije tensa, mientras me tocaba las sienes por el dolor de cabeza. La lluvia seguía cayendo, cada gota aumentando el peso de lo que sentía.

Escuché cómo apagaba el motor y salía de la camioneta. Claro que no me iba a dejar en paz. Se acercó, ignorando mi rechazo.

—No parece que estés bien. Vamos, Olivia, déjame llevarte. No es seguro que te quedes aquí sola, y menos con esta tormenta —insistió, cada vez más cerca, con sus ojos fijos en los míos.

LA FORMA EN QUE TE AMODonde viven las historias. Descúbrelo ahora