Q U I N C E

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Octubre había llegado, al fin. Para nuestra mala suerte y la de la afición, los Linces habían perdido sus últimos dos partidos en Baltimore y en Boston contra Sacramento. El ambiente seguía tenso, especialmente entre Jason y Christopher. El equipo se había dividido en dos bandos: unos culpaban a Christopher por la mala racha y la ruptura del equipo, mientras que otros señalaban a Jason como el responsable. Mientras tanto, Christopher y yo nos veíamos a escondidas, y él encontraba en mí una vía de escape... de la manera más placentera para ambos.

Las primeras semanas de octubre transcurrieron con aparente normalidad, al menos desde fuera. Mi rutina seguía intacta: trabajo, grabaciones, reuniones interminables, llamadas. El ritmo habitual me daba la sensación de control, de que todo estaba en su lugar. Pero cuando caía la noche, mi mundo cambiaba por completo. Terminaba en la cama de Christopher, y cada encuentro hacía que mi corazón latiera más rápido, no solo por el deseo que sentía, sino también por la emoción peligrosa de saber que estábamos caminando sobre una cuerda floja.

Habíamos sido cuidadosos hasta ese momento, manteniendo el equilibrio justo, aunque en el fondo sabía que aquello no podría durar para siempre. Estábamos jugando con fuego, y cada vez nos acercábamos más a quemarnos. Una tarde, en una de mis visitas a su casa, me dejé llevar por la curiosidad y volví a husmear un poco. Fue entonces cuando noté que la foto de su ex ya no estaba. La imagen, que antes había sido una sombra constante en el ambiente, había desaparecido.

Sentí un extraño alivio al descubrirlo. Ya no había rastro de ella, y eso me permitió relajarme de una manera que no había podido antes. Pude disfrutar del sexo con Christopher sin la molesta sensación de que, mientras me tocaba, podía estar pensando en ella. Sin esa distracción, todo parecía más intenso, más real.

Por suerte, Christopher había resuelto el asunto del portero. Ya no tenía que preocuparme por preguntas incómodas cada vez que llegaba a su edificio. El hombre me sonreía y me dejaba pasar, convencido de que éramos novios. "No quiero que involucren a mi novia en los medios", le había dicho Christopher, y con eso bastó para asegurarse de que el portero mantuviera la discreción. Jamás había agradecido tanto la complicidad silenciosa de alguien.

Sin embargo, había otro frente que me inquietaba: Briana. A pesar de lo mucho que la quiero, su curiosidad innata podía volverse un problema. El martes de la semana pasada, me preguntó casualmente, a dónde había estado yendo después del trabajo, y sentí que me quedaba sin aire. Mi mente buscó desesperadamente una excusa convincente, algo que sonara natural, pero no encontraba nada adecuado. Finalmente, lo que salió de mi boca fue casi instintivo.

—Voy al gimnasio por las tardes —le respondí, tratando de sonar casual.

Briana me miró con una mezcla de interés y sospecha, como si estuviera calculando si mi explicación tenía sentido. Mi corazón latía con fuerza, pero mantuve la compostura, actuando como si fuera lo más normal del mundo.

—Ah, qué bien. Debería hacer lo mismo, pero ya sabes cómo soy, siempre me gana la pereza —respondió ella al fin, comprando mi historia.

Suspiré internamente, sabiendo que había salido victoriosa por ahora. Sin embargo la verdad era otra, claro. No había pisado el gimnasio en semanas. Mi "entrenamiento" se daba en el cuerpo de Christopher, y cada sesión nos dejaba exhaustos pero satisfechos. Había cambiado las pesas y las máquinas por el cuerpo del quarterback, y hasta el momento, no me arrepentía ni un poco.

Hoy es viernes. El ambiente en la oficina está más relajado, como siempre sucede antes de los fines de semana de partido. A solo dos días del encuentro, la tensión de todos empieza a concentrarse en el campo de juego. Yo, por otro lado, tenía que mantenerme enfocada, aunque a veces mi mente divagaba, recordando el calor de su cuerpo, sus manos recorriendo mi piel, y esa sensación de peligro que hacía todo más intenso.

LA FORMA EN QUE TE AMODonde viven las historias. Descúbrelo ahora