—Eh, eh, eh, frena ahí. No puedes dormir con Bert. Tú te quedas conmigo.— Dijo Christopher desafiandome.
—¡No! Tú necesitas descansar para el próximo juego. Recuerda que es contra Portland, y no son precisamente un hueso fácil de roer. Probablemente son el equipo más fuerte de la liga.
—No le tengo miedo a los Mineros, pero parece que tú sí me temes a mí.
¿Qué diablos? Claro que no le tenía miedo. Esto ni siquiera era sobre mí, sino sobre su salud y el bien del equipo. Bueno... tal vez sí me daba un poco de miedo compartir habitación con él. Despues de todo... Era un riesgo.
—Esto no tiene que ver conmigo —le dije—. Ya te lo dije, mi deber como trabajadora de los Linces es velar por tu bienestar. Si ganas, yo también gano.
—Pues no estoy de acuerdo —Christopher seguía discutiendo, frunciendo el ceño, mientras Bert observaba en silencio—. Bert no va a dormir cómodo contigo ahí. Necesita una cama para él solo. ¿No lo has visto? —Lo señaló—. ¡Es enorme! Sin ánimo de ofender, Bert —se disculpó, y Bert solo se encogió de hombros—. Además, te recuerdo que él no ha pegado ojo en todo el día, mientras que tú y yo sí dormimos en el camino.
—No pensaba dormir en la misma cama que Bert, idiota. Iba a dormir en el suelo con una manta, y listo.
—¿Y crees que eso es suficiente? Pues no. Bert tiene esposa e hijos. Imagina si se enteran de que dormiste en la misma habitación que él. Pensarían lo peor —tenía un punto—, y sería Bert quien cargaría con las consecuencias, no tú.
—Es cierto, mi esposa puede ser un poco... dramática —dijo Bert, con una leve sonrisa.
—¡¿Ves?! —Christopher alzó las cejas, como si su victoria fuera inminente—. Además, se supone que tú y yo somos muy buenos amigos. Hay más confianza, no debería haber ningún problema.
Maldito infeliz. Estaba jugando la carta de la amistad, y lo peor es que tenía razón. Si éramos amigos, no debería haber inconveniente en compartir habitación... pero para mí, sí lo había.
—Está bien, dormiré en tu habitación. ¿Contento?
—Diría que satisfecho —respondió, esbozando una sonrisa ladina.
La recepcionista malhumorada me entregó las dos llaves, y yo le pasé una a Bert mientras me quedaba con la otra. Christopher sonreía con una satisfacción evidente mientras caminábamos hacia nuestras habitaciones, como si acabara de ganar una pequeña batalla. Yo, en cambio, intentaba disimular mi incomodidad.
—Voy a bañarme—dije en cuanto llegamos a la puerta de nuestra habitación.
—Perfecto —respondió él, con su sonrisa despreocupada de siempre. Bert se despidió con un leve asentimiento de cabeza y se dirigió al otro pasillo que llevaba a más habitaciones, dejándonos a solas.
Entré en la habitación y cerré la puerta detrás de mí. El lugar era pequeño, funcional, con una única cama matrimonial que ocupaba el centro de la habitación. Una cosa tan sencilla, pero que en ese momento parecía complicarlo todo.
Antes de que pudiera pensar demasiado en ello, Christopher entró detrás de mí, con actitud relajada, como si nada lo afectara.
—No está tan mal —comentó, mirando alrededor y luego dejándose caer sobre la cama, como si fuera el lugar más cómodo del mundo.
Lo miré, tratando de ignorar el hecho de que esa misma cama era el centro del problema. No había espacio suficiente para la distancia que quería mantener, pero tampoco podía reconocer la razón exacta por la que esa cercanía me inquietaba tanto.
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LA FORMA EN QUE TE AMO
Teen FictionOlivia es una recien egresada de la universidad de Chicago, su sueño siempre ha sido trabajar como publicista para las mejores marcas del mundo. Le ofrecen la oportunidad de trabajar con uno de los equipos mas importantes de la NFL. Sin dudarlo, el...