V E I N T I C U A T R O

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Mi hermana y yo nos despertamos temprano en el hotel, todavía con la ansiedad a flor de piel. Apenas dormimos, y la expectativa de ver a papá hacía que cada segundo se sintiera eterno. Nos alistamos en silencio, compartiendo miradas llenas de nerviosismo, y bajamos a desayunar algo ligero antes de ir al hospital. Ninguna de las dos tenía realmente apetito, pero sabíamos que necesitábamos algo de energía para lo que fuera que nos aguardaba.

Al llegar al hospital, caminamos por los pasillos con el corazón en la garganta, deseando más que nunca que hubiera buenas noticias. Al girar la esquina hacia la sala de espera, vi a mamá y a Carlo de pie, ambos sonriendo como hacía tiempo no los veía. Mamá avanzó rápidamente hacia nosotras, y en sus ojos brillaba algo que me devolvió el aire.

—¡Despertó! —dijo, casi sin aliento—. Tu papá despertó esta mañana. Los doctores están revisándolo, pero creen que está bien.

Sentí un nudo en la garganta que apenas me dejaba respirar, y Gina y yo nos lanzamos a abrazarla. No tenía palabras; solo la aliviante sensación de que el peor momento ya había pasado.

—¿En serio está bien? —pregunté, buscando confirmación en los ojos de mamá y Carlo.

—Sí —contestó Carlo, sonriendo y asintiendo—. Está un poco débil, pero dice que no siente ningún dolor. El médico nos va a avisar cuando podamos pasar a verlo.

Mamá nos mantuvo al tanto de lo que los médicos le habían dicho: parecía que su estado era mucho más estable de lo que habían anticipado. "El susto del siglo," decía, tratando de sonreír mientras se limpiaba una lágrima furtiva.

Después de veinte largos minutos, una enfermera se nos acercó y nos notificó que ya podíamos pasar. Caminamos por el pasillo en silencio, ansiosas y emocionadas, hasta llegar a la habitación. Al abrir la puerta, ahí estaba papá, recostado en la cama, con un médico revisando los últimos detalles en su historial clínico. Era él, consciente y mirándonos, y aunque lucía algo más delgado y pálido, ver sus ojos abiertos me hizo sentir como si pudiera respirar de nuevo.

El doctor nos hizo un gesto para que esperáramos un momento. Le explicó a papá algunas indicaciones, y me forcé a escuchar con atención.

—Por ahora, queremos que se mantenga en reposo absoluto hasta mañana —decía el médico, hablando pausadamente—. No trate de forzarse en nada, incluso si se siente mejor. Lo importante es que su cuerpo siga recuperándose de forma gradual. Cuando lo demos de alta, le recetaré algunos medicamentos para mantener su presión y ritmo cardíaco bajo control, y deberá evitar actividades intensas durante al menos un mes.

Papá asintió, dándole un apretón de manos al médico antes de que se marchara. Mamá fue la primera en acercarse, se lanzó a sus brazos, abrazándolo con una intensidad que me conmovió hasta el fondo.

—No sabes cuánto me asustaste —dijo entre lágrimas, acariciándole el rostro—. Prométeme que no nos vas a dar otro susto así.

Papá sonrió, con esa sonrisa suya que siempre lograba calmar cualquier tempestad.

—Lo siento, mi amor. Ya sabes, solo soy un hombre viejo, nada más.

—Y terco —respondió mamá, con los brazos cruzados—. Te dije que dejaras de montar.

—Lo sé, Clara. Pero eso va a ser difícil —respondió con una mirada apaciguadora, aunque sabía que su pasión por montar no se iría tan fácilmente—. Lo haré con menos frecuencia, te lo prometo.

Mamá frunció el ceño, pero pareció aceptarlo. Le dio otro abrazo, y luego se apartó para que Gina y yo pudiéramos acercarnos. Gina fue la primera en abrazarlo, sus ojos brillaban con emoción contenida. Cuando llegó mi turno, lo abracé y le tomé la mano.

LA FORMA EN QUE TE AMODonde viven las historias. Descúbrelo ahora