Y... Comenzó con un beso.

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Noah:

El ruido de la ducha me despertó.

     Miré confusa sin saber muy bien donde me encontraba. Los recuerdos volvieron de golpe al ver los guantes de vinilo.

     ¡Dios! Había sido increíble.

     Entré en su cuarto baño para encontrarme con su sonrisa divertida. Lo ignoré y me lavé la cara.

— ¿Te duchas conmigo? — Propuso él.

— ¿Tengo otra opción?

— La verdad es que no.

     Paul me besó y acabamos haciéndolo en el suelo de su placa de ducha.

— ¿Te puedo preguntar algo? — Él asintió cogiendo el champú—. ¿Tú y yo?

— Desde que te besé por primera vez en aquella excursión.

— ¿Qué excursión? — Pregunté mirándolo con cautela.

— Ya sabes cuál— me sonrió y mi corazón dio un vuelco.

     No lo podía creer. ¡Era él! Nunca vi su rostro, pero el recuerdo de esos labios lo llevo grabado a fuego en el alma.

— Pues si tú y yo. Vamos a... Ya sabes. En fin, que no puedo utilizar preservativos, soy alérgica al látex.

— Entonces tienes que tomar la píldora. Luego te pido cita con la doctora Wong. Que Steelo te acompañe— fui a quitarme el collar cuando sentí el suave toque de sus manos—. No te lo quites. Eso lo hago yo que soy quien te lo puso.

— Pero, no puedo ir al trabajo así— me quejé mirándome al espejo. Por detrás de mí lo vi sonreír pícaro.

— ¡Oh, sí! Ya creo que puedes llevarlo y lo harás... Tranquila, cuando lo pedí, hice que lo fabricaran con las argollas retráctiles para poder ocultarlas y que parezca un accesorio gótico... ¿Lo ves?

— ¿Por qué tengo que llevarlo?

— Pues... Porque tengo a juego una correa muy bonita— sonrió con burlona malicia—. Y si no haces lo que te digo, te la pondré y tendrás que caminar como si fueras una perrita, nenita.

— ¡Tienes que estar de coña!

      Aunque confieso que aquello me excitó, me dio mucha vergüenza imaginarme en mitad de mi clínica haciendo esas cosas. La seriedad de su rostro me confirmó que lo haría. No estaba bromeando.

— Y... ¿Sabes lo que les pasa a las perritas bonitas que podrían estar en celo? — Me guiñó el ojo pícaro recuperando su buen humor—. Pues que el macho puede follársela en donde a él le salga de los huevos, en casa, en la calle, en mi taller o en tu clínica...

— ¿No estás de coña? — Él negó con la cabeza con esa traviesa sonrisa—. O sea que esto va en serio. ¿Qué hago para evitarlo?

— Hacer absolutamente todo cuanto te diga, cuando te lo diga y por supuesto, sin rechistar.

— De acuerdo— concedí con un sonoro suspiro.

— Créeme si te digo que te va a gustar, nenita. Tendrá sus recompensas— me dio un delicado beso en los labios.

     Acabada la ducha me tuve que poner el vestido de anoche, pero la ropa interior, que por cierto estaba destrozada, acabó en mi bolso metida en una bolsita.

— Un momento, señorita... Ven aquí.

     Me detuve ante él. Paul, que sólo llevaba los bóxers puestos, estaba sentado en la cama y se dio un par de palmaditas en sus fuertes piernas indicándome que me tumbara boca abajo. Lo hice sin protestar. Me subió el vestido y separó mis piernas. Comenzó a acariciar mi sexo, todavía sensible por sus embestidas. Me excité al instante. Apreté mi cara contra su pierna cuando sentí los dedos en mi interior. Pasado un tiempo lo noté en mi entrada posterior. Me puse tensa de inmediato.

Y comenzó con un beso +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora