Capítulo 19

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-Si no encontramos el veneno, mi cuñada morirá, padre -digo con un nudo en la garganta, observando cómo la vida parece escaparse del rostro de Ayca Hatun. Me encuentro en su habitación, y el silencio pesa como una losa. Ella yace sobre la cama, pálida, inmóvil, como si el aliento mismo la hubiese abandonado.

-No pierdas la esperanza, hija. Alaeddin Bey encontrará la cura -responde mi padre con voz firme, pero sus ojos reflejan preocupación mientras observa a mi cuñada. Se arrodilla junto a la cama y coloca suavemente su mano sobre la frente de Ayca Hatun, como si quisiera transmitirle fuerzas.

En ese momento, la puerta de la habitación se abre con suavidad. Alaeddin Bey entra apresurado, su espada colgando de su costado, como si acabara de regresar de una misión urgente. Su expresión es grave, pero en sus ojos hay una chispa que delata que trae algo importante.

-¿Puedo pasar, Gunduz Bey? -pregunta Alaeddin, deteniéndose en el umbral de la puerta.

-Entra, Alaeddin Bey -responde mi padre con un gesto de urgencia.

-¿Encontraste el veneno, Alaeddin Bey? -pregunto, mi voz cargada de un anhelo desesperado por escuchar una respuesta positiva.

-Esto es nuestra última esperanza -responde Alaeddin Bey, extendiendo un pequeño frasco en su mano. El líquido en su interior es de un verde oscuro, espeso y con un aroma penetrante que se siente incluso a la distancia.

-Que lo beba -me dice con determinación, colocando el frasco en mis manos.

Sin dudarlo, me acerco a mi cuñada y, con cuidado, le alzo la cabeza. Su piel está helada al tacto, y su respiración es tan débil que apenas puedo percibirla. Tomo una bocanada de aire para llenarme de valor y acerco el frasco a sus labios.

El líquido comienza a deslizarse dentro de su boca, y espero con el corazón acelerado, rezando en silencio para que esta sustancia sea realmente la cura. Pasan unos segundos que se sienten eternos, hasta que un leve movimiento de sus labios interrumpe la quietud.

-¡Elçim! -susurra Ayça Hatun desde el rincón de la habitación, mientras los ojos de mi cuñada se abren lentamente.

Un suspiro colectivo llena la estancia, pero la calma es fugaz. De repente, Ayca Hatun se incorpora ligeramente, con los ojos desorbitados y llenos de terror.

-¡Vete! -grita con una voz desgarradora, mirando un punto fijo en el aire, como si estuviera viendo algo que los demás no podemos percibir.

-Cuñada, ¿qué pasa? -pregunto, tomándola de los hombros, intentando calmarla mientras ella se debate entre la realidad y lo que sea que la atormenta.

-¡Qué pasa, hija mía! -exclama mi padre, acercándose con rapidez, su rostro lleno de preocupación.

Ayca continúaba gritando, sus manos se aferran a las sábanas como si estuviera luchando contra algo invisible.

-¡No te acerques! ¡Aléjate de mí! -vocifera Ayca Hatun, girando la cabeza de un lado a otro, atrapada en un terror que no podemos comprender. Su cuerpo tiembla como una hoja en medio de una tormenta, pero de pronto, como si toda su energía se agotara, se desploma sobre la cama.

En ese momento, todo queda en silencio. El único sonido en la habitación es el de nuestras respiraciones contenidas y el leve crujir de la madera bajo los pies de Alaeddin Bey mientras se aproxima a ella con cautela.

Su respiración se está estabilizando -informa Alaeddin, colocando dos dedos sobre el cuello de Ayca para tomarle el pulso. Su rostro, aunque todavía serio, muestra un leve alivio.

-¿Eso significa que está mejorando? -pregunto con urgencia, sin apartar mi vista de mi cuñada, cuyo semblante parece menos pálido que antes.

-Por ahora, sí. Su cuerpo está respondiendo al antídoto, pero aún no podemos relajarnos. Necesitará descansar y estar bajo vigilancia constante -responde Alaeddin mientras se endereza, cruzando los brazos con aire pensativo.

Entre el deber y el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora