Agosto, 1818
Después de salir de la habitación de Anthony, Evelyn corrió a la suya, la que compartía con su madre y su hermana pequeña. Al llegar, agradeció que la habitación estuviera vacía; necesitaba pensar y reprimir el temor que aún sentía de ser descubiertos por los padres de Anthony.
Anthony le había pedido que huyeran y dejaran todo atrás. Él estaba dispuesto a abandonar su comodidad y su título por ella. Sabía que sería arriesgado, y temía que, en algún momento, cuando Anthony se diera cuenta de lo difícil que era la vida sin dinero y prestigio, él la culpara.
-Pero él me ama -murmuró Evelyn.
Evelyn no podría estar tranquila abandonando a su madre y hermana en esa casa, pero tampoco podía llevarlas con ella a un futuro incierto. Mientras recogía sus pocas pertenencias, pensaba en alguna posibilidad para ayudar a su familia.
Justo en ese instante, la puerta de la pequeña habitación se abrió. Evelyn se sobresaltó y, con rapidez, se giró, quedando sorprendida al ver quién era.
-Excelencia -expresó Evelyn bajando la cabeza ante el duque de Beaufort, el padre de Anthony.
-No digas nada. Termina de hacer lo que estás haciendo y ven conmigo -ordenó el duque con seriedad.
-¿A dónde? -preguntó Evelyn. El duque endureció el semblante y, con enojo, se acercó para tomarla del brazo con fuerza desmedida, haciendo que Evelyn soltara un quejido.
-No entiendo cómo pudiste engatusar a mi hijo, pero esto terminará ahora mismo -refutó el duque mientras la arrastraba por el pasillo-. Recoge las pocas cosas de ella -le ordenó al mayordomo, que estaba parado frente a la puerta del despacho del duque. Luego abrió la puerta y empujó a Evelyn al suelo sin delicadeza alguna-. Desaparecerás de la vida de mi hijo ahora mismo. Él no irá a ninguna parte contigo. ¿Acaso no ves que estás interfiriendo en su futuro? Anthony es un marqués, y algún día será duque. Él es mi legado, y no permitiré que una simple sirvienta lo arrastre a cometer la mayor locura de su vida.
-No huiríamos si usted aceptara que nos amamos -replicó Evelyn, mirándolo directamente sin temor, mientras se levantaba del suelo y quedaba frente al padre del hombre que amaba.
-¿Y dejar que una sirvienta sea la madre de mis nietos? ¡No lo permitiré! Mi sangre no se mezclará con la clase baja -gruñó el duque-. Dejarás a mi hijo, pero sé que él no te abandonará si tú no le rompes el corazón.
Evelyn frunció el ceño, sin comprender a qué se refería.
-Nunca haría eso, yo lo amo -declaró Evelyn con seguridad en sus palabras.
-Lo harás si no quieres que tu madre y hermana terminen en un lugar peor que la cárcel. Puedo vender a tu hermanita -advirtió el duque con una sonrisa perversa al ver cómo Evelyn palidecía ante la amenaza.
-Usted no puede hacer eso -expresó Evelyn con la voz temblorosa, aterrorizada por lo que podría pasarle a su hermana.
-Por supuesto que puedo hacerlo. Ustedes no son más que fuerza de trabajo para esta sociedad. La cosa es simple, Evelyn -pronunció el duque, enfatizando su nombre-. Escribirás una carta para mi hijo dejándolo. Después, vendrás conmigo para asegurarme de que no has engendrado un bastardo. Si el resultado es negativo, te dejaré ir, y tu familia seguirá a salvo bajo mi techo. Incluso podría aumentar ligeramente el salario de tu madre.
-¿Y qué pasará si... estoy embarazada? -preguntó Evelyn, temiendo la respuesta.
-¿No es obvio? Nos desharemos de ese bastardo antes de que nazca -respondió el duque, sin un atisbo de remordimiento.
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El precio del amor (Saga #4 de Amores Encadenados)
Historical FictionDisponible en Amazon Kindle Lord Anthony Ross, duque de Beaufort es un hombre orgulloso, vive feliz pensando que su vida no puede ser mejor, pero se da cuenta que no es así cuando es abandonado días antes de su boda por la mujer con la que pensaba...